Editor: Mario Rabey

17 de octubre de 2008

La crisis desde la mirada del Marx joven y el Marx maduro

El capitalismo realizado

por Rubén Dri

¿Qué le pasó al capitalismo que, desde las décadas del ’80 y del ’90 del siglo pasado, se ha podido realizar sin obstáculos? ¿Se desvió de su naturaleza? La crisis que presenta en estos momentos, y que azota a la humanidad, ¿es producto de gruesos errores cometidos, salvados los cuales el capitalismo volverá a ser ese capitalismo sano del que nos hablan sus gurúes y que tanto entusiasma a Elisa Carrió?

Nada de eso. El capitalismo que se realiza según los parámetros trazados por el neoliberalismo y que culmina en la actual crisis es el capitalismo sano, el capitalismo que se desarrolla según su naturaleza dialéctica, sin los obstáculos que pretende presentarle el Estado. Es el capitalismo que toma vuelo, que se desarrolla venciendo los obstáculos que otea en el horizonte. Es como el alacrán que pica mortalmente al que le da vida.

Como decía el joven Marx, “el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor”. El capital surge del trabajo, de la industria, pero en el mismo momento de su nacimiento se independiza, se planta como un “poder independiente”, es decir, como un sujeto que, desde ese momento, tenderá a crecer siguiendo su propia naturaleza que, como la de todo sujeto, es dialéctica y tiende a crecer sin límites.

Si sólo puede nacer a partir de la apropiación del producto del trabajo, su propia dialéctica lo lleva a independizarse cada vez más del suelo nutricio, como el sujeto se desprende de la familia en la que nació y de la que se nutrió para realizarse plenamente como sujeto. El paso del denominado capitalismo industrial al especulativo y de éste al virtual es inevitable, mientras el Estado no le imponga trabas como las que suelen imponer determinados padres a sus hijos.

El capital, expresa el Marx maduro, es “el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras. Para él, cada límite es y debe ser una barrera. En caso contrario dejaría de ser capital, dinero que se produce a sí mismo”. El neoliberalismo es la expresión teórica de este impulso del capital, en otras palabras, es la filosofía del capital que llega a las máximas cumbres de su realización.

Al llegar a esas cumbres, patea la escalera que le permitió subir, o sea el trabajo, la producción. En realidad fue pateando la escalera a medida que subía. En su ascensión provocó desmedidos entusiasmos que llevaron a Fukuyama a proclamar el fin de la historia –pues ésta ya no consistía en otra cosa que en ese crecimiento desmedido, sin fronteras de un capitalismo globalizado– y a Tony Negri a proclamar el fin del imperialismo. Ese entusiasmo llevó al Papa polaco, Juan Pablo II, a proponerlo como solución para los países del tercer mundo. Se preguntaba en su célebre Encíclica Centesimus annus de 1989, celebrando el triunfo sobre el “comunismo”, si el capitalismo sería “el modelo que es necesario proponer a los países del tercer mundo”, y se respondía por la afirmativa, siempre que por capitalismo se entienda un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada, de la consiguiente responsabilidad con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía.
Al llegar aquí al ilustre Papa le vienen ciertos escrúpulos, para superar los cuales añade que “más bien que de capitalismo, sería más apropiado hablar de economía de empresa, economía de mercado, economía libre”. Milton Friedman y Friedrich Hayek sin duda que están de acuerdo.

Ya llevado de su euforia, continuaba el Papa que, según su impresión, “tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades”. Naturalmente que no se trata del paraíso, aclara. Para quienes sueñan en él, les recuerda que como consecuencia del pecado original el hombre tiende al mal.

El Estado –que el capitalismo neoliberal quiere ver reducido a su mínima expresión y que pensadores como Negri celebran su extinción– es llamado de urgencia para poner la escalera que el capital ha pateado. Nos olvidamos de la naturaleza del capital, de su lógica arrolladora. El Estado interviene y lo “reduce”, como los misioneros “reducían” a los habitantes de América, lo vuelve a poner sobres sus pies, le devuelve la escalera.

¿Está todo solucionado? El capital no puede renunciar a su naturaleza “voladora”, volverá a las andadas. Es como el violador o el cleptómano a los que no hay castigo que les haga cambiar de comportamiento. Mientras el capitalismo no sea superado por un sistema que tenga por centro al ser humano, sus necesidades y sus profundas aspiraciones, crisis como la actual volverán a repetirse y cada vez con mayor profundidad.

Página 12, 17/09/08

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