El gato que se muerde la cola
Por: Mario Rapaport
USA: socialización de las pérdidas de los ricos: ¿Podrá recuperarse gracias, en buena medida, a circunstancias excepcionales, como las guerras; a la posibilidad de descargar su crisis sobre otros países; o al derrumbe de sus rivales, como pasó con la ex URSS?. Paradoja: el capitalismo liberal norteamericano se ha transformado en un capitalismo de Estado al estilo del de la ex URSS.
El gato se muerde su propia cola. La crisis norteamericana tiene rasgos comunes con las que se produjeron recientemente en países periféricos. La diferencia es el tamaño de la economía, el enorme poder militar y político y la persistencia del cada vez más declinante patrón dólar. La economía estadounidense da la impresión de tener una salud bien frágil y reanima viejos debates acerca del eclipse de su hegemonía en el orden mundial. La historia nos indica que los imperios no duran para siempre, y que en el largo plazo tienen un ciclo casi inexorable que marca etapas de auge y caída: desde las antiguas Grecia y Roma hasta los que en épocas más recientes lograron imponer por un más de un siglo la Pax Britannica. ¿Le tocará ahora a EE.UU. vivir una lenta decadencia como la del Reino Unido desde fines del siglo XIX hasta la segunda posguerra? ¿Podrá recuperarse gracias, en buena medida, a circunstancias excepcionales, como las guerras; a la posibilidad de descargar su crisis sobre otros países; o al derrumbe de sus rivales, como pasó con la ex URSS?
La conclusión principal que surge de ese panorama geopolítico y económico, no es, sin embargo, el definitivo derrumbe del gigante americano, aunque se empieza a revelar una verdad que no se aceptó en su momento: el Muro de Berlín no se cayó de un solo lado sino de los dos. En realidad, fue un golpe de gracia también para el capitalismo del Norte, que pensó equivocadamente en rentabilizar nuevos mercados. Algo que su propia estructura productiva necesitaba, porque las mayores desigualdades de ingreso fomentadas por los últimos gobiernos no le permitían absorber localmente gran parte de sus excedentes de producción. La salida fue recurrir al gasto público en guerras absurdas que alimentaron el terrorismo y en crear burbujas especulativas a través del sistema financiero como la de las subprime, en una sociedad ya sobreendeudada. Mientras tanto, se generaban del otro lado del muro derrumbado mafias competitivas en base a los restos del ex capitalismo de Estado o se manifestaba impotencia frente a la criminalidad internacional, bien servidas ambas por los paraísos de la droga y fiscales.
En teoría, como sucedió en otros tiempos, las consecuencias negativas de la crisis podrían dar un mayor margen de maniobra a las otras potencias mundiales, tanto a las viejas, como las que integran la Unión Europea, como a las nuevas. La UE tendría ciertas ventajas por disponer de la principal divisa rival, y algunos países árabes quisieron temerariamente aprovecharla, pero su dirigencia se enredó en el mismo software de ideas del neoliberalismo y la especulación financiera. Además, carece geopolíticamente de un poder homogéneo –que ningún Banco Central puede reemplazar– y conlleva el déficit de su escaso peso estratégico y militar, una autoamputación de origen al aceptar integrar la OTAN en vez de tener un organismo de defensa propio. A lo que se añade la presencia inquietante de Rusia y la carga que suponen los recién incorporados países del este. En el continente asiático, la gran incógnita es el futuro de China, que debe resolver aún el problema de la propia integración de su mercado nacional. Pero esto implica, en un país autoritario, ir más lentamente de lo que requiere la circunstancia de la crisis. En vez de colocar su excedente económico en la inmensa población que se halla todavía en los márgenes del crecimiento prefiere seguir guardándolo en los más seguros (sic) cajeros de Occidente, salvo que se le ocurran otros destinos, como apresurar una estrategia político-militar propia. Japón, Corea del Sur, la India, son vértices importantes de la ecuación continental cuyas reacciones pueden hacerse sentir.
Para el brasileño José Luis Fiori, que no coincide con la tesis de la decadencia del imperio americano, es necesario explicar la paradoja de la “fuga para el dólar” como respuesta a la crisis del propio dólar. Y su razonamiento es sencillo. Desde los años setenta, EE.UU. se convirtió en el “mercado financiero del mundo” y la Reserva Federal pasó a emitir una moneda nacional de circulación internacional, sin base metálica, administrada a través de las tasas de interés de la propia institución y de los títulos del tesoro del gobierno estadounidense. Esto implica que el ajuste interno de EE.UU. será distinto al del resto de los países: es un país deudor que no depende de otros para determinar cómo va a pagar su propia deuda externa. “Una mágica singularidad imbatible –dice Fiori– porque se sustenta de forma exclusiva, en el poder político y económico norteamericano.” En otras palabras, a diferencia de lo que ocurrió con el más reciente endeudamiento externo argentino, el principal deudor mundial puede atraer capitales, con la “seguridad” que le brindan (o brindaban) sus bonos estatales, para conseguir así los fondos que le hacen falta. O, en circunstancias extremas como las actuales, endeudar a sus contribuyentes, ya altamente comprometidos, emitiendo dólares para ayudar al capital en desgracia producto de una especulación desenfrenada. Pero, recordemos que aunque vivió mucho tiempo en forma parasitaria ningún artilugio financiero impidió la declinación del ex imperio británico y el esfuerzo de la banca europea para ir en ayuda del coloso del Norte es un síntoma inquietante de que los mecanismos de siempre ya no sirven tanto.
En este marco, asoman los países latinoamericanos. Desde comienzos del siglo XXI, después de padecer pasivamente las crisis de los modelos neoliberales mostraron una franca recuperación política y económica, con procesos de integración nacional y regional inéditos. Teniendo pendientes graves problemas de pobreza y distribución de los ingresos pueden disponer, sin embargo, de márgenes de autonomía impensables hasta hace poco tiempo como en los años ’30. La restauración “liberal-conservadora” está retrocediendo, mientras comienza a prevalecer una visión que recupera el rol de los Estados nacionales por sobre los mercados autorregulados y el endeudamiento externo. Desde la periferia de la economía mundial se está potenciando así un nuevo mapa del mundo, con el adicional protagonismo de una insospechada América latina, que aunque seguramente se verá afectada por la crisis, pone en cuestión en su mismo continente el poder norteamericano. En todo caso, la consolidación de bloques regionales, la aparición de monedas competitivas del dólar y el paulatino abandono, en muchas partes, de los presupuestos del neoliberalismo, constituyen tendencias opuestas que abren un interrogante sobre la evolución futura de la economía mundial. Si no podemos ver el final del túnel, al menos es necesario avizorarlo.
Para terminar, una reflexión más. El salvataje actual no puede compararse al intervencionismo de corte keynesiano para elevar la demanda efectiva, como sucedió con el New Deal de Roosevelt. Su objetivo es otro: salvar a empresas en bancarrota, a grandes financistas e inversores, aun a costa de la salud económica de la mayoría de la población. Se trata de una socialización de las pérdidas de los ricos. Estamos en el terreno, como dice John Lipsky, director general adjunto del FMI, de “pensar lo impensable”, es decir recapitalizar entidades financieras con el dinero público, lo que en otra época se llamaba nacionalización. El capitalismo liberal norteamericano se ha transformado, vaya paradoja, en un capitalismo de Estado al estilo del de la ex URSS.
Lo Social, 12/10/08
16 de octubre de 2008
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