Editor: Mario Rabey

30 de noviembre de 2008

La noche de los cuchillos largos de Jujuy

Por Esteban Rey

Cuando la Revolución Fusiladora llegó al extremo Norte de Argentina

Escribimos esta crónica desde donde Argentina comienza a ser sinónimo de América. Densa muchedumbre de montañas preparan para la violenta ascensión a las mineralizadas mesetas centrales del continente. Desde aquí, por el Pilcomayo y el Bermejo, rumbo al Paraná profundo y lejano, se extiende la selva y el trópico.

Tierra y hombres de idéntico color se reconocen a sí mismos desde el comienzo de los tiempos.
El desafío vegetal del bosque sufre la civilizada derrota del ingenio azucarero. Altas chimeneas destacan su arrogancia vencedora en el dilatado esmeralda de la caña.

Mas allá, junto a las últimas fronteras, el cedro, la tipa y los lapachos defienden las profundidades húmedas donde cuentan que duerme su sueño el Dios de la madera. La cinta paralela de las vías, junto a caminos cada vez más estrechos, señalan el rumbo de los conquistadores.

Lo que fue antes

Durante muchos, muchos años después de la Independencia Nacional, estas regiones siguieron viviendo como cuando la encomienda, la mita y el yanacona coloniales. Hombres pletóricos de derechos y gente famélica de justicia, opulencia natural y necesidad humana, ricos muy ricos y la inmensa pobreza multiplicada y multiplicándose en ranchos y taperas hacia los cuatro puntos cardinales.

Alguna que otra ciudad en la que el comercio y las oficinas administrativas creaban la sensación de la época moderna.

Desesperación, vicios, gobernadores, diputados, senadores, intendentes, todos de uno u otro modo vinculados a los ricos.

Un administrador de ingenio era necesariamente un candidato a diputado nacional, un gobernador debía ser por lo menos apoderado de una firma azucarera.

Largos y melancólicos ingleses de grandes pies y rudos zapatones claveteados moraban en algunas zonas, siempre las mas ricas y las de mayor pobreza. Aislados en sus casas y en su idioma, repetían en éstas latitudes la actitud nostálgica y despreciativa de los administradores británicos de la India.

Después vino el 17 de Octubre de 1945. Después vinieron los sindicatos y los indios y los obreros comenzaron a tener derechos.

Ledesma, Sugar Company debió tratar con los gremios y no con el cacique envilecido a alcohol y a coima.

Debió pagar en moneda nacional, olvidándose del salario en escopetas viejas y en caballos inservibles al fin de cada cosecha.

Debió franquear a todo el mundo las calles que antes se abrían solo para los señores dueños del ingenio y sus sirvientes de alto copete.

El mataco se estremeció con la risa amplia del hombre recuperado.

El cuchillo pelador de caña fue también razón y derechos desde entonces.

Un administrador hubo de recorrer los lugares de sus tropelías con una cornamenta de ciervo a manera de sombrero.

Los chaguancos tuvieron zapatos y aprendieron a hablar en castellano.

Por primera vez en la historia nacional tuvieron voto y se inscribieron en los padrones y registros civiles. Dejaron de llamarse Benito Mussolini, Jorge Washington o Al Capone, nombres con los que los sirvientes menores de la oligarquía azucarera los bautizaban en las contabilidades, para divertir sus ocios de imbéciles sin remedio.

Se llaman ya con sus nombres extraños, resonancia lejana del grito de sus pájaros o del rumor profundo de sus bosques y sus ríos.

Allí, alrededor de la mesa del sindicato, los coyas de la puna, los matacos de los grandes ríos, los chauancos de los bosque los trabajadores blancos o morenos de todas las latitudes se reconocieron hermanos, se reconocieron también, como en una revelación, argentinos.

Alrededor de esa misma mesa se encontraron también con los aimaras, los quechuas bolivianos y se reconocieron hermanos y aprendieron que América Latina es un realidad que les pertenece por historia y por destino.

Faltaban muchas cosas, es cierto. Sobraban penas. La lucha seguía siendo un largo camino a recorrer, pero había esperanzas.

En esto, llegó la llamada "revolución libertadora" al extremo norte. Fue por la radio. Se anunció que el gobierno que habían elegido, que había elegido el pueblo de la república no existía más.

Ahora, se dijo, había un gobierno provisional.

Armados de sus cuchillos y su fe se resistieron a aceptar lo impuesto por lejanos locutores.

Durante días, casi semanas después de la instalación del nuevo gobierno, velaron sus armas en una dolorosa impotencia.

-Ya les avisaremos cuando habrá que jugarse, dijo alguien, pero nunca nadie les comunicó que la hora había llegado.

Las banderas y las escarapelas lucieron por las calles céntricas de algunas ciudades, en ningún lugar más.

Los cañaverales, los obrajes, los dilatados campos del tabaco no lucieron los colores nacionales. Una profunda tristeza sucedió al estupor de una derrota que no había sido el resultado de ninguna batalla.

Ahora, la tarea aumenta, ahora crecen las voces de los capataces, en los ingenios, en los obrajes, en las minas. Se despide a los dirigentes sindicales y se hace retroceder en 20 años la legislación social vigente, so pretexto de adulteración en los padrones electorales.

Se habla abiertamente de quitar el derecho a voto a millones de indios, tal vez quiera borrárselos también de los registros civiles o hacerlos regresar de nuevo sin nombre, ni patria, a lo profundo de la selva.

Los dueños de ingenios y de minas, los latifundistas han regresado a las funciones de gobierno, ahora mandan por sí o por intermedio de sus mandatarios, tienen en sus manos la suerte de la región, alguien moderno Sigfrido azucarero ha elaborado una frase que gana cada día mayor predicamento: -El país necesita un baño de sangre.

Con ese espíritu se actúa. En los ojos de esta oligarquía brilla el ansia de la revancha, pero también, más al fondo, brilla el miedo.

Todos los partidos tradicionales apoyan a la llamada "revolución libertadora". La inmensa mayoría de la población los enfrenta. No hay desertores. Tal vez no se sepa con claridad lo que se desea pero se sabe claramente lo que no se quiere.

Durante la última huelga, los trabajadores ocuparon Ledesma por tres días. Un riguroso cerco de soldados y gendarmes se anudó alrededor del ingenio. Ráfagas de ametralladoras disparadas al aire establecieron un verdadero sitio contra los ocupantes, así hasta que se levantó la huelga y comenzaron las represalias. Se ha abierto en la región la noche de los cuchillos largos.

La inmensa mayoría contra la inmensa minoría. La pasión vela, arden en ingenios, minas y fincas. No se acepta la vuelta al pasado. Se resiste. Nadie se pregunta cuando se reconquistará lo perdido, pero nadie duda que todo lo perdido será recuperado y que se irá mucho más adelante en lo económico y social.

Esto es lo que dice el silencio agresivo de este pedazo de América Latina que ha cobrado y conciencia de su propio destino.


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(*) En los últimos meses de 1955, después del golpe militar de septiembre, apareció integrando la resistencia el periódico Lucha Obrera, dirigido por Esteban Rey.

Formado en las lecturas del troskismo, Rey había sido antiperonista y en tal carácter había intentado arengar a un grupo de obreros tucumanos allá por 1949, produciendo una airada reacción de éstos que estuvieron a punto de agredirlo.

Tiempo después, cuando intentaba explicar al peronismo desde un perspectiva de izquierda nacional, alguien le recordó el episodio y Rey contestó inmediatamente - ¿Sabe lo que pasa?, Ellos tenían razón!.

El 18 de enero de 1956, poco tiempo antes de su clausura, Lucha Obrera publicó un editorial redactado por Rey constituye esta brillante página política, que merecia ser rescatada del olvido
.

Tomado de: http://www.pparg.org/pparg/documentos/dictaduras/55/

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