por Carlos Iorio
Comentario a la nota escrita por Mario Rabey en memoria de Martin Luther King, en el 40º aniversario de su asesinato
Lo que relata Wacquant yo lo pude palpar personalmente hace unos años.
Comentario a la nota escrita por Mario Rabey en memoria de Martin Luther King, en el 40º aniversario de su asesinato
Lo que relata Wacquant yo lo pude palpar personalmente hace unos años.
En 1997, visitando a una amiga que reside en Toronto, aproveché que por unos días ella estuvo demasiado ocupada con su divorcio y, aprovechando la cercanía con la frontera canado-estadounidense me largué a visitar esa parte de los EE.UU de N.A. que no conocía.
El lugar que parecía más atractivo era la cercana ciudad de Detroit, cuna de la industria automovilística estadounidense. Grande fue mi asombro al encontrarme con una ciudad devastada, con paisajes como los que describe Wacquant. Enseguida caí en la cuenta: con la reconversión industrial, las grandes marcas automotrices yanquis se habían mudado a localidades suburbanas y habían dejado caer la ciudad a niveles increíbles.
De todo lo que ví, lo que más perdura en mi memoria fue un inmenso edificio abandonado, que después averigüé había sido de un gran hotel de nivel internacional, al lado del cual el Albergue Warnes era el Sheraton de Buenos Aires.
Una anécdota graciosa de esa experiencia: recién ingresado a territorio yanqui por la Aduana de Detroit, en el otro carril ví estacionada una blanca y flamante limousine de la que los guardias habían hecho bajar a sus ocupantes: cuatro o cinco negros jóvenes vestidos con estridentes trajes y sombreros (como se vé en las películas, como Malcolm X, la biografía del fundador de los Black Panthers que, antes de dedicarse a la lucha por los derechos de sus hermanos de raza, se dedica a las actividades ilícitas que eran la única alternativa al alcance de un negro de extracción social baja de sentirse "alguien") tan impecables como la limousina, a quienes tenían evidentemente demorados por algún motivo que no me detuve a inquirir.
Luego del chequeo de rigor, pregunté ahí mismo por los puntos de atracción de la ciudad y sus alrededores y la manera de llegar a ellos. La guardia femenina que me atendió (de muy mala gana, por cierto), me indicó tomar tal autopista y luego agarrar tal salida. Siguiendo sus instrucciones, cuando llegué a la salida indicada me encontré que estaba clausurada por refacciones. Entretanto, ya me había llamado poderosamente la atención el increíble estado de abandono de la autopista, sus puentes y demás instalaciones anexas.
Al no poder salir por esa salida, seguí adelante en busca de la siguiente, que resultó encontrarse muchísimo más adelante. A medida que pasaban el tiempo y los kilómetros y la salida no aparecía, mis nervios, ya excitados por el panorama de abandono que se veía por doquier, empezaron a colocarme al borde de un ataque. Cuando por fin encontré una salida y salí por ella, ingresé a lo que nada puede describir mejor que las palabras utilizadas por Wacquant: "... un paisaje lunar... (con) edificios abandonados, terrenos baldíos cubiertos por desperdicios y basura, calles deterioradas...", etc. A lo que podría agregar: siluetas de negros andrajosos y miserables deambulando como zombies en medio de aquel panorama de desolación.
De más está decir que ipso pucho abandoné toda la prudencia que me había autoimpuesto por circunspección al manejar por las calles y rutas de Canadá dejando de lado los malos hábitos de conductor porteño y en pocos minutos cometí más infracciones de tránsito que todas las que cometí en mi vida de conductor en Baires, todo con el afán de abandonar lo más rápidamente posible ese escenario de horror. Hasta creo, ya que no podría asegurarlo de tan rápido que fue todo, que me mandé de contramano por una bajada a la autopista, cuando me dí cuenta de que había ingresado al carril de contramano volví a subir marcha atrás a toda velocidad y por suerte encontré enseguida la bajada correcta y allí me mandé a mil.
Por supuesto, carteles señalizadores ni uno. Así como tampoco ningún agente de tránsito que me tocara silbato para pararme por mi raid descontrolado, al mejor estilo hollywoodense (sólo faltó el vuelco, el salir volando con el auto, el circular con el auto inclinado apoyado en dos ruedas laterales y alguna explosión de algún auto chocado en el alocado raid).
1 comentario:
Muy interesante y (etno)gráfico tu comentario. Realmente describís muy bien. Yo tuve experiencias semejantes las veces que estuve en USofNA. Una vez en el Bronx (hace unos trece años) me llevaron a comer a visitar comedores populares, y después fuimos a comer a uno de ellos. Impresionante la cantidad de gente, la pobreza extrema de la ropa, las miradas de tristeza también extrema, y el altísimo porcentaje de negros.
Otra vez (unos diez años atrás) visité solo Harlem. Bajé en subte en una estación que queda inmediatamente al norte del Central Park, por la línea que lo bordea por el oeste. Ahí, en medio de un paisaje como el que describe Wacquant, -y mientras me ofrecían drogas varias-, dos negritas, hermanas, una con su hijo, me rescataron y me condujeron en subte (saltamos sobre los molinillos, lo que era el método normal de ingreso en esa estación, según pude apreciar), a la estación del Harlem central, con un paisaje distinto, más "folk", pero siempre impresionantemente muchísimo más pobre y desorganizado que el cercano paisaje de las Avenidas que bordean el Central Park: algo así como pasar de Puerto Madero a las cercana calles de viviendas tomadas en La Boca.
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