Editor: Mario Rabey

21 de junio de 2010

Microrelatos

por Nene

Publicación original:
taquetepariocarajo!



1-
El Pupo sacó la pija de la boca de la mina. Inmediatamente le vino una náusea que lo hizo cerrar los ojos y retroceder un par de pasos. Es que la mina había erutado, y eso al Pupo le dió un asco tremendo.
Dos pasos para atrás. Dos pasos para adelante.
Paf!
-Qué te pasa, che la concha’e tu madre…!-, fue la pregunta después del cachetazo.
La chica no reaccionó.
Presa de la alucinación estúpida del paco, estaba en otra historia, en otro mundo, y a lo mejor ni se había enterado que se la estaba chupando a su propio hermano.

2-
Después de revisar los bolsillos del tipo pudo levantar la vista y mirar lo que acababa de hacer.
Era su primer asalto, y en su primer asalto le había destrozado la cabeza con una pala a un desconocido. Recién entonces pudo darse cuenta del baile en el que había entrado.
El asunto de la muerte
Olió la muerte. Y la muerte no tenía buen olor.
Todo el mundo andaba por ahí, con una punta o una pala, de merca o con un fierro, jugando al “tu vida o la mía” , al “te mato o me matás”.
El hombre no había evolucionado para nada. Desde que el mundo era mundo, había habido crímenes, negocios turbios, violaciones, magnicidios, guerras y mujeres sometidas por maridos de dinero. El mundo parecía moverse por dinero.
Decidió no pensar. Se incorporó y caminó lento, mientras abría la billetera del desgraciado que quedaba tirado ahí atrás.
Quince pesos.
Una cerveza y un paquete de puchos, nada más.

3-
Sintió un vértigo tremendo cuando el niño salió corriendo. Ahora estaba en peligro. Si el niño alcanzaba a decir algo, una mínima cosa, estaría perdido. No quedaba otra cosa que esperar. Rezar y esperar.
Una semana.
Dos.
Y la duda profunda, molesta y aterradora de si vendrían por fin o no a buscarlo.
Finalmente asumió que el niño había echado todo al olvido.
No importaba. Ya vendrían otros.

Ese Domingo, en la misa, dió uno de sus mejores sermones acerca de lo sagrado de la infancia.

4-
Dijo que sí, y se vino conmigo.
Al entrar, dejó la camperita colgada en una silla y se sacó las sandalias en el living, para andar más cómoda.
Era linda. Era rubia.
Su pelo caía sobre sus hombros…no, no, no; su pelo se “depositaba suavemente” sobre sus hombros, como en esas propagandas de shampoo.
Era linda. Linda linda linda.
Comimos y vimos películas viejas. Fumamos marihuana, hicimos el amor y tomamos un par de tragos a la salud de su marido.
No sé si después me dormí o me desmayé. No sé si me golpeó con algo en la cabeza.
Al abrir los ojos, mi casa era un quilombo, y ya intuía yo que no quedaría nada de valor en los cajones.
Hija de puta. Yo estaba casi casi enamorado.
En la silla quedó su camperita.
De vez en cuando me acerco y huelo su perfume.


2 comentarios:

Pepe del Montgó dijo...

Por casualidad, dándole a "Siguiente blog" he llegado hasta aquí y he quedado impresionado por la calidad literaria de estos microrrelatos y despues por el blog en general. Ya estás en mis favoritos y continuaré visitándote. Te juro que lo que digo es cierto y no me importa si no me respondes. Me sigue interesando igual tu blog. Saludos.

Mano de Mandioca dijo...

Gracias Pepe por tu comentario, espero tenerte seguido de visita!
Mario Rabey