de Graciela Taddey,
La llegada de chinas y sus crías desparrama la voz de puerta en puerta. Riega de casa en casa la ambición: Son todos de regalo; basta escribirle una carta a Ellauri, el Ministro de la Guerra; eso dicen. A ver; nena vos que sabés escribir, que para eso te mando al Colegio de Señoritas, sentate aquí y redactá, hacé el favor: Quiero una china de poca edad y un chiquillo. Que sean sanos. (Ya escribiste?) Para ser educados en servicios de casa y de huerta. (Agregá hace el favor) Y en la doctrina católica. Atte. (y después firmás por la familia con el nombre de papá).
El montoncito pardo de mujeres heridas tiene adelante otro montón más grande: los chiquilines que se arrastran moqueantes a los gritos, entreverados con las patas de los caballos. Demandan la presencia de sus madres porque no entienden y lloran como niños. Como niños, bah.
Las familias de alcurnia -aunque todos los que allí habitan son hijos o nietos de un humilde emigrante peninsular que llegara casi sin un cobre- calculan que de a poco sabrán apaciguar a las salvajes y a sus crías. Disfrutar de la pingüe ganancia de tener esclava o un esclavito regalado por el Superior Gobierno. Se sabe que son díscolos y que los estancieros se han unido para reclamarle a Frutos Rivera -el presidente- que se deshaga de ellos. Porque roban los mejores caballos en silencio, porque se comen el ganado y no dejan vivir en las estancias, en la santa bendición de los prados y montes!
Guyunusa ha entrado con las demás penantes. Salvo las que ya fueron repartidas, van a parar al corralón del cuartel de dragones, a la espera.... De qué? Allí, entre preguntas que nadie va a contestar, las dejarán amontonadas, con sus caras rasguñadas y sus manos heridas y sus rodillas sangrantes. Si el aspecto de las mujeres es lamentable, mayor lamento despierta aun el miedo de los niños que es infinito.
Duermen su incertidumbre por el suelo cubierto de pajas, atravesando las largas horas de la espera. Han de ser repartidas. Guyunusa recuerda a su madre, mujer aun joven que fuera regalada en el camino. No imagino a mi mama como esclava, no va con ella. Tiene que haber escapado, toy segura.
Esa noche no hay nada de comida. Pa’ que aprendan qué’s el ablande, dicen los soldaditos que no lograrán obtener una criada india, pero las chinas no sienten hambre. Cuando la desgracia es grande el estómago pierde su voz y no se siente.
Guyunua se advierte que es minuán por su tatuaje en la frente: tres rayas azules que le bajan hasta el inicio de la nariz. Su tribu, desde que ella era niña, está aliada con la de los charrúas por tener las mismas artes para defender sus tierras. Su pelo es grueso, largo y negro. Algunas mechas las tiene endurecidas con grasa y ocre. La cara es ovalada, los pechos van desnudos y cuelgan largos y carnosos. Tiene caderas amplias. En los tobillos aun guarda hilachas de sus adornos porque alguna vez, en la vida verdadera, lució trenzas de fibras coloreadas. La nariz -breve y alargada- armoniza con la forma de su rostro. La boca grande muestra labios definidos, la frente es despejada y los pómulos altos. Tiene pintado el cuerpo para una fiesta -porque ellos iban creyendo que era un día de fiesta, que por eso el Presidente les regalaba alcohol y los invitaba a sentarse en las barrancas del Salsipuedes chico en el Salsipuede grande-. Tiene pintado el cuerpo derrotado, con círculos negros y rojos, corridos por el trance.
Fui arrancada del norte, del desierto que es nuestro. Ni mi cara ni mi cuerpo han de expresar lo que yo siento por dentro... Porque esta derrota nos corre por adentro y en silencio. Por la médula y los huesos corre el oprobio sin palabras.
Guyunusa ayudó sus compañeras en todo lo que pudo: les apretó los senos hinchados a las que habían estado amamantando y se quedaron sin sus hijos -repartidos-. Las glándulas mamarias, ignorantes, seguían fabricando aquella leche inútil, que endurecía las tetas y provocaba fiebre. Contuvo entre sus brazos, fuerte, amorosamente, a las que enloquecidas de dolor se abalanzaron contra la puerta del corralón cada vez que se abría. Ella también quiere escapar... pero no hay salida, desearía atravesar los muros de soldados, portones, bayonetas... y llegar al desierto.
¡El desierto, el desierto! ¡Ónde quedó mi hijo! Desde entonces esas palabras, acompañan las horas de las cautivas. ¡Ónde habrá quedau mi hija!
(Fragmento de la novela inédita “Quién Juega al Ajedrez con la Gente Sencilla”)
Las mujeres reconocen el olor a río marino y el chirriar de gaviotas; no han de ver la bahía ni el cerro. Las narinas y los oídos están alertas aunque no sea mucho los que informen. Estas marchan a pie sin saber adónde, vienen desde el arroyo Salsipuedes.
Están en entrando a Montevideo, capital del recién estrenado país, una aldea tranquila con casitas de adobe y algunas hechas de piedra. Ciudad menuda, donde no ocurre casi nunca nada, las familias de pro son tan modestas que no pueden gozar de un servicio doméstico. Pocos esclavos de África, sobrantes de los grandes comerciantes negreros que dejaban la mayor parte de su valiosa carga en costas de una agricultura muy exigente, se reparten en ese puerto, entre las familias más fuertes del país.
La llegada de chinas y sus crías desparrama la voz de puerta en puerta. Riega de casa en casa la ambición: Son todos de regalo; basta escribirle una carta a Ellauri, el Ministro de la Guerra; eso dicen. A ver; nena vos que sabés escribir, que para eso te mando al Colegio de Señoritas, sentate aquí y redactá, hacé el favor: Quiero una china de poca edad y un chiquillo. Que sean sanos. (Ya escribiste?) Para ser educados en servicios de casa y de huerta. (Agregá hace el favor) Y en la doctrina católica. Atte. (y después firmás por la familia con el nombre de papá).
El montoncito pardo de mujeres heridas tiene adelante otro montón más grande: los chiquilines que se arrastran moqueantes a los gritos, entreverados con las patas de los caballos. Demandan la presencia de sus madres porque no entienden y lloran como niños. Como niños, bah.
Las familias de alcurnia -aunque todos los que allí habitan son hijos o nietos de un humilde emigrante peninsular que llegara casi sin un cobre- calculan que de a poco sabrán apaciguar a las salvajes y a sus crías. Disfrutar de la pingüe ganancia de tener esclava o un esclavito regalado por el Superior Gobierno. Se sabe que son díscolos y que los estancieros se han unido para reclamarle a Frutos Rivera -el presidente- que se deshaga de ellos. Porque roban los mejores caballos en silencio, porque se comen el ganado y no dejan vivir en las estancias, en la santa bendición de los prados y montes!
Guyunusa ha entrado con las demás penantes. Salvo las que ya fueron repartidas, van a parar al corralón del cuartel de dragones, a la espera.... De qué? Allí, entre preguntas que nadie va a contestar, las dejarán amontonadas, con sus caras rasguñadas y sus manos heridas y sus rodillas sangrantes. Si el aspecto de las mujeres es lamentable, mayor lamento despierta aun el miedo de los niños que es infinito.
Duermen su incertidumbre por el suelo cubierto de pajas, atravesando las largas horas de la espera. Han de ser repartidas. Guyunusa recuerda a su madre, mujer aun joven que fuera regalada en el camino. No imagino a mi mama como esclava, no va con ella. Tiene que haber escapado, toy segura.
Esa noche no hay nada de comida. Pa’ que aprendan qué’s el ablande, dicen los soldaditos que no lograrán obtener una criada india, pero las chinas no sienten hambre. Cuando la desgracia es grande el estómago pierde su voz y no se siente.
Guyunua se advierte que es minuán por su tatuaje en la frente: tres rayas azules que le bajan hasta el inicio de la nariz. Su tribu, desde que ella era niña, está aliada con la de los charrúas por tener las mismas artes para defender sus tierras. Su pelo es grueso, largo y negro. Algunas mechas las tiene endurecidas con grasa y ocre. La cara es ovalada, los pechos van desnudos y cuelgan largos y carnosos. Tiene caderas amplias. En los tobillos aun guarda hilachas de sus adornos porque alguna vez, en la vida verdadera, lució trenzas de fibras coloreadas. La nariz -breve y alargada- armoniza con la forma de su rostro. La boca grande muestra labios definidos, la frente es despejada y los pómulos altos. Tiene pintado el cuerpo para una fiesta -porque ellos iban creyendo que era un día de fiesta, que por eso el Presidente les regalaba alcohol y los invitaba a sentarse en las barrancas del Salsipuedes chico en el Salsipuede grande-. Tiene pintado el cuerpo derrotado, con círculos negros y rojos, corridos por el trance.
Fui arrancada del norte, del desierto que es nuestro. Ni mi cara ni mi cuerpo han de expresar lo que yo siento por dentro... Porque esta derrota nos corre por adentro y en silencio. Por la médula y los huesos corre el oprobio sin palabras.
Guyunusa ayudó sus compañeras en todo lo que pudo: les apretó los senos hinchados a las que habían estado amamantando y se quedaron sin sus hijos -repartidos-. Las glándulas mamarias, ignorantes, seguían fabricando aquella leche inútil, que endurecía las tetas y provocaba fiebre. Contuvo entre sus brazos, fuerte, amorosamente, a las que enloquecidas de dolor se abalanzaron contra la puerta del corralón cada vez que se abría. Ella también quiere escapar... pero no hay salida, desearía atravesar los muros de soldados, portones, bayonetas... y llegar al desierto.
¡El desierto, el desierto! ¡Ónde quedó mi hijo! Desde entonces esas palabras, acompañan las horas de las cautivas. ¡Ónde habrá quedau mi hija!
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