por Miguel Cantilo
Cuando Tango cantaba en una plaza
hasta los mamelucos se pegaban a oír,
les brotaban coreutas a las fuentes
y negros melenudos salían al jardín.
Su guitarra marchita y despeinada
era un clarín de guerra en el café La Paz
y su voz bramido de Caseros
rezongaba en el centro insolente y procaz.
Después lo vi en el cine con carita de naipe
en un pub maquillado con su banda de rock.
Está bien, como cuento está bien
pero yo sé que eso es cartel.
hasta los mamelucos se pegaban a oír,
les brotaban coreutas a las fuentes
y negros melenudos salían al jardín.
Su guitarra marchita y despeinada
era un clarín de guerra en el café La Paz
y su voz bramido de Caseros
rezongaba en el centro insolente y procaz.
Después lo vi en el cine con carita de naipe
en un pub maquillado con su banda de rock.
Está bien, como cuento está bien
pero yo sé que eso es cartel.
Tanguito era el Gardel de los sin ley.
Ni un ídolo, ni un rey, sólo Ramses.
Aunque lo maltrataran, aunque lo condenaran,
sentado en el cordón, él fue quien quiso ser.
Yo estuve por ahí y lo seguí.
Cuando Tango salía disfrazado
Un circo de reviente lo quería copiar
Su locura era tan inalcanzable
Que apenas arañaban su forma de soñar.
El inventó La Balsa, pero también los mares,
l delirio, el naufragio y el adjetivo “seis”,
“Natural”, “El hombre de cristal”.
El Vagabundo genial.
Yo anduve por allí y lo seguí.
Tanguito era Gardel para mi piel,
ni un ídolo, ni un rey, sólo Ramsés.
Aunque lo maltrataran, aunque lo condenaran,
sentado en el cordón él fue quien quiso ser.
Yo anduve por ahí y lo perdí.
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