Editor: Mario Rabey

19 de junio de 2010

Sueños


por Celes Pazto

En la variedad de los sucesos de la vida donde se desencadenan uniones de escenas ocurre, en algún lugar de lo cotidiano pareciendo irreal pero no siendo otra cosa que algo común que ataca la vida de cualquier ser dotado de vida, repito, ocurre, lo siguiente…

En la plenitud del crecimiento donde finge la inocencia no ser tal y se escapa por las comisuras la ilusión, un ser, de dos piernas y dos brazos, igual cantidad de ojos, orejas, con todo aquello que le permite su existencia, acaricia suavemente la piel blanca de lo desconocido.

Luego del dulce contacto se sonrojó la incredulidad, se enjuga el sentido común y se humedece los labios. Lentamente continua, el recorrido por lo nuevo, lo espacial a su persona.

Del infinito vacío que los rodea, a ambos, siente una vibración ensordecedora, un movimiento rítmico, terrorífico pero tranquilizador, que llena su existencia introduciéndose por los poros y jugueteando en sus oídos, revolviendo su stablisment de pensamiento y derrocando sus inamovibles creencias hasta hacerle abrir sus ojos ciegos en una pequeña muerte interna.

Ante estos, marrones, oscuros, brillantes de interés y jugosos de incógnita, descubre lo externo de su sentir.

Ante estos un cuerpo de lo que, con disimulo, parecía ser una mujer, oculta bajo un rostro sin ojos, boca y nariz, sin rastro de señas humanas y mucho menos femeninas ¿Quién podría ver una hembra en aquella desértica planicie de humanidad?

El horror invadía su cerebro apelando al sentido común de correr hacia la nada oscura hasta encontrar una curvada puerta, de esas que sabia lo esperaban, pero la vibración excitaba su curiosidad resquebrajando sus estereotipos y sucumbiendo a lo alternativo de la piel blanca y suave que era lo inexplorado.

Recorría con manos deseosas de tentación la superficie cálidamente gélida, sus dedos se estremecían ante la sola minúscula vibración, mientras su moral superflua expendía agónicos gritos de desesperación, de impotencia ante la extrema posibilidad de caer en aquello que debía evitar por inexperiencia.

Sintió sus uñas enterrándose en el calor suave de la sangre vertiéndose, bañándose en piel rasgada… Sus muñecas separaban aquellas costillas gelatinosas de inseguridad, sus codos bailaban entre pulmones agotados y sus manos, al fin, atravesaron el orgasmo vibrante, tiraron. También tiraron sus muñecas y codos, tiro el estomago y las piernas, tiro, forzó, tiro hasta tener frente a sus ojos esa extraña cosa que vibraba, rítmicamente, organizada en su desenfreno de locura.

Vio dentro suyo lo que sus manos sentían humanamente, el calor, lo inundado y despreocupado de aquel pedazo de carne roja, sin sentido para él hasta ese momento, entonces, miro atentamente aquella cara sin rostro que sin ojos lo miraba apenado, viendo como él nunca antes vio hasta segundos pasados. Y ahí, sintiendo aquel latido jolgorioso, viendo a través del rostro sin cara dijo:

“Con vos aprendí a ver el interior”

Dando acción instantánea a la locura implosionada, al quiebre absoluto de aquella nada, al repiqueteo exótico del descubrimiento que culminó, poco a poco, en el silencioso sepulcro de aquel corazón vuelto azul.

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