Delimitación, interacción, dominio y estigma
Mario Rabey
¿A qué le llamamos entidad cultural? A la aldea, al pequeño barrio, a la red de amigos, a la redes de influencia de clientela, de patronazgo político, que todos conocemos: no voy a explicar en un Colegio de Abogados a qué se llama clientela política, porque seguramente sepan más que yo. Cuando digo entidad cultural, no estoy hablando de entidad en un sentido esencialista. Las entidades en antropología y, general, en las ciencias sociales, son cambiantes, y también lo son las entidades de la naturaleza. Claro que el cambio en la naturaleza y en la sociedad se dan en escalas temporales de órdenes de magnitud diferentes. Si yo considero una entidad en geología, voy a hablar de un mineral y un mineral es algo que cambia muy lentamente: hasta que aparezca un nuevo mineral pueden pasar cientos de millones de años. Pero cambian. En el mundo de la vida, los cambios también son lentos, pero no tanto: las entidades de la vida, las especies, pueden demorar un millón de años en aparecer. Todas las entidades son cambiantes: sucede que en la naturaleza las entidades cambian muy despacio. Una especie biológica para aparecer puede tardar cientos de miles de años. Por ejemplo, nuestro cambio como especie biológica desde Homo habilis a Homo erectus y de este hasta Homo sapiens demoró alrededor de un millón de años.
Entonces, para que tengamos una idea en la escala de tiempo, si nos consideramos a los seres humanos qua biológicos, qua naturales, la entidad humana (especie Homo sapiens) demoró varias decenas de miles de años en constituirse, a partir de una especie anterior (Homo erectus). ¡Pero una entidad cultural se puede constituir ya mismo! O mejor dicho, se acaba de constituir: esto es una pequeña entidad cultural que ha conformado mi conversación con ustedes, nuestra disposición física en un espacio (físico y simbólico), las sonrisas y comentarios, más lo que estamos intercambiando visualmente con ustedes: todo esto está constituyendo una entidad. Nos hemos diferenciado de lo que nos rodea y nos hemos constituido en esta pequeña aldea llamada conferencia de Mario Rabey, acerca de la discriminación, en un lugar llamado Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires.
No sé si esta breve introducción aclara un poco u oscurece. De hecho, en cierto sentido a mí siempre me oscurecen mis propias introducciones: porque me obligan a buscar luz en problemas que genera mi propia explicación acerca del tema. ¿Cuál es el problema que estoy encontrando en la explicación en este momento? Mi problema es que no queda claro cuál es el límite entre estas entidades culturales, porque el límite entre estas entidades culturales es el que genera las diferencias.
Si yo quiero decir qué es un ser humano como especie biológica, tengo que delimitar al ser humano de nuestro pariente biológico más cercano que son los chimpancés, los orangutanes y gorilas. Y para esta definición de la entidad biológica del ser humano, ¿cuál es la delimitación que voy a establecer? Hay un criterio: en principio, gracias a la genética molecular, sabemos que la secuencia de moléculas básicas en ADN es la que establece la delimitación de la especie humana como entidad identitaria biológica en la secuencia de las moléculas del ácido desoxirribonucleico.
Pero ¿cuál es el criterio de delimitación de este grupo que acabamos de constituir en esta conferencia con respecto a otras entidades socioculturales o el criterio sociocultural de delimitación de una aldea en la puna con respecto a otras? En este caso, el criterio se llama diferencia intercultural y está establecida por una afirmación muy sencilla: nosotros somos superiores a los demás. No existe identidad cultural sin la afirmación de la propia superioridad. Por eso, la regla del juego básico en las relaciones interculturales en las sociedades que ya no existen en el territorio argentino pero que hasta hace 100 a 130 años atrás sí existían, que no estaban integrada en una sociedad compleja, a una sociedad estatal, sus reglas del juego eran el establecimiento de la interacción simbólica entre un nosotros superiores a los otros y un otros inferiores a nosotros.
Cuando esto sucede entre sociedades no integradas a un sistema sociocultural complejo o estatal, esta relación tiene una cierta horizontalidad. En cambio, en las sociedades complejas, con Estado, estas relaciones interculturales, necesariamente establecidas sobre la base de la superioridad simbólica, constituyen entonces lazos de dominación, es decir, de superioridad, control y explotación de unos grupos sobre otros. En el plano estrictamente cultural-simbólico, esta dominación intercultural se apoya en la estigmatización.
Las mujeres que están aquí deberían ser muy cómplices conmigo en lo que acabo de decir, porque si hay alguna identidad colectivamente estigmatizada en la cultura occidental reciente es precisamente la identidad de las mujeres. Después vinieron otros, pero hasta el Siglo XIX -¡y bien avanzado el Siglo XX-, cuando por ejemplo la homosexualidad no se había instalado como conjunto identitario, las mujeres eran portadoras de un conjunto de rasgos atribuido por la cultura dominante -la cultura de los varones pertenecientes a las etnias y clases dominantes-, como rasgos de inferioridad.
Para dar un ejemplo muy sencillo, consideremos la mirada del principal estudioso de la psicología de las masas –y quien instala el tema desde una perspectiva académica, hacia fines de la década de 1870, Gustave Le Bon. Le Bon no solamente era un teórico, sino que estaba instalado en la producción ideológica hegemónica, y tenia que justificar por qué la Comuna de París había sido un acontecimiento horrendo. Me refiero al experimento social revolucionario que se produjo en París en 1870 y que fue brutalmente reprimido. Era necesario entonces, para las clases dominantes, construir un marco de legitimación teórico-ideológico que estableciera por que había sido tan terrible, tan degradado, tan inferior el conjunto de sucesos que formaron parte de la Comuna de París.
En ese contexto, Le Bon afirmó que en la psicología de las masas predominan mecanismos psicológicos semejantes a los de la psicología de las mujeres y de los niños. Esto es que las masas entran en una histeria colectiva que es una histeria que se produce por imitación de conciencias individuales como rasgos femeninos, Y ese atributo negativo, peyorativo, atributo estigmático de las mujeres y trasladado a grandes conjuntos sociales en el siglo XIX, nos está hablando de cómo se instituyen las diferencias socioculturales.
Pero aquí se me ha oscurecido nuevamente. Tengo que alumbrar con la linterna otro problema, porque hace un rato estaba hablando de las aldeas y ahora estoy hablando de revoluciones, pero las revoluciones no se dan en las aldeas, al menos aisladamente.
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12 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
en verdad oscurece en lugar de esclarecer, al menos hasta el punto 3, lo que leí.
Esa es la idea.
Ir entrando en las zonas oscuras (poco claras) del problema, con una linterna!
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