por Marcelo Figueras
En: El Boomerang: 25/06/07 , 26/06/07, 27/07/07
Me cuesta aceptar que la mayoría de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires haya elegido como alcalde a un impresentable. Mauricio Macri es un señor al que por más que busco y rebusco, no logro encontrarle un solo mérito. Durante buena parte de su vida fue apenas el hijo de Franco Macri, un empresario que se enriqueció como Creso durante la corrupción menemista; dado que Mauricio formó siempre parte del equipo de su padre, eso lo convierte en un cómplice más de lo ocurrido durante aquella devastación del Estado, y por ende de la Nación, que todavía estamos lejos de revertir.
Su viveza –porque viveza tiene, y en especial de esa a la que aquí se llama viveza criolla; yo no la considero un mérito, sino todo lo contrario- le indicó que si quería tener futuro en la política, debía sobreponerse al estigma del niño rico. Como sus razonamientos suelen ser lineales, se le ocurrió que podría salirse con la suya si llegaba a presidente de Boca Juniors, el club de fútbol más popular de la Argentina. Con dinero suficiente para pagar la más rica campaña y algunas otras cosas, lograr ese objetivo era sólo cuestión de tiempo. A la cabeza de Boca, Macri se dio lo que suele llamarse “un baño de masas”. Por supuesto, cada vez que Macri se codeaba con los jugadores o con los fanáticos de Boca se veía tan ridículo como Carlos de Inglaterra en plena corrida de San Fermín, pero eso al boquense furibundo no pareció importarle. Si yo fuese fanático de Boca habría exigido que, además del voto, uno hubiese debido meter dentro del sobre constancia de su preferencia futbolística, para que no se diese por sentado que los boquenses son un rebaño que rinde obediencia ciega al presidente del club. Pobres los boquenses progresistas, hoy deben sentirse tan culpables…
El triunfo que obtuvo ayer Macri (que encuentra muy difícil sostener una conversación de un mínimo nivel, como demostró ya sobradamente; que suspendiese el debato público con su rival durante el tramo final de la campaña, pues, no sorprendió a nadie, dado que todos sabíamos que en ese trámite lo iban a hacer puré) es mucho más grave de lo que parece a simple vista. Porque significa la primera victoria electoral que obtiene en las urnas un representante del poder económico que desde hace décadas explota y esclaviza a las mayorías de este país. Hasta ayer, fecha fatídica para nuestra historia, los poderes fácticos de la Argentina sabían que las urnas les eran contrarias por definición: por eso se limitaban a apoyar los golpes militares, que siempre interpretaron la partitura económica que le ponían delante, o a sobornar a los gobiernos consagrados por votación. (El de Menem fue paradigmático, puesto que desde el primer día puso su investidura al servicio de los mejores postores: malvendió propiedades del Estado, comprometió los servicios al licitarlos en términos que todos los usuarios de trenes, luz, gas y demás padecemos a diario, otorgó licitaciones públicas al que ofrecía el soborno más alto –fue en esta época que los Macri y Menem se hicieron muy amigos- y destruyó la industria local para favorecer al capital internacional.) Cuando algún gobierno amenazaba retobarse a sus designios, se lo acosaba mediante maniobras arteras, como la resurrección de la amenaza militar o el desabastecimiento de mercaderías o servicios esenciales para la gente.
Pero esas trapisondas ya no parecen serles necesarias. Desde ayer, Macri es el caballo de Troya de nuestros verdugos en el interior del sistema democrático. Ya no precisan recurrir a los subterfugios de antaño, porque tienen a alguien que los representa en las urnas –y que por primera vez para uno de su calaña, gana a la hora del recuento de los votos. Nadie puede sostener que Macri venció por mérito propio, dado que no puede definirse como mérito el haber hecho campaña sin abrir la boca. En todo caso parte del desmérito se debe a errores del gobierno de Néstor Kirchner, que es el principal derrotado de la elección de ayer. Otra parte mínima se le puede atribuir a lo que Horacio Verbitsky suele llamar la Paleoizquierda argentina, que convocó a votar en blanco a sabiendas de que ese voto beneficiaría a Macri. (¿Cómo duerme por las noches alguien que se dice de izquierda después de haber sido funcional a un Macri?)
Al menos hoy, en plena eclosión de bronca, estoy convencido de que la mayor parte de la culpa de esta victoria ignominiosa es de las clases medias de Buenos Aires, un sector de nuestra sociedad que a la hora de jugar a favor de los explotadores no se equivoca nunca. Pero en fin, con la clase media me la agarraré mañana.
II
La clase media de Buenos Aires es rara. Por lo pronto, ya no es lo que era. Algunos creen todavía que se trata de gente que, como los inmigrantes de quienes descienden, apuesta al Sueño Argentino del ascenso social y la prosperidad sin límites. Eso ya fue. La clase media de hoy es gente formada en otro tipo de sueño, uno que tiene mucho de pesadilla. Muchos han sido golpeados de forma inclemente por las crisis económicas, al punto de caerse de su clase original o quedar colgados de las uñas. El calor arrebatador de estas experiencias los ha traumatizado, al punto de hacerlos reaccionar de manera irracional ante cualquier hecho –o cualquier otra clase social, habría que puntualizar- que parezca amenazarlos con quitarles los bienes que rescataron de la catástrofe.
Familiares míos muy próximos, por ejemplo, pasaron en pocos meses del apoyo al presidente Kirchner a la oposición más cerril. Cuando traté de entender por qué, me explicaron que Kirchner estaba cediendo a los reclamos de los gremios. Cuando les pregunté qué había de malo en conceder beneficios a trabajadores que vienen perdiendo poder adquisitivo y calidad de vida desde la dictadura, entendí que lo que veían mal era lo mismo que yo consideraba natural, esto es, que el Presidente atendiese a las necesidades de esa gente que está en peores condiciones que ellos y que yo. Para mis familiares, gente de clase media profesional de Buenos Aires, concederle algo a los maestros o a los ferroviarios significaba de manera inexorable que iban a meterles a ellos la mano en el bolsillo, y esto es algo que no parecen dispuestos a tolerar. Como tanta otra gente de esta ciudad, piensan que la justicia social es maravillosa siempre y cuando no tengan que aportar nada para su causa: de dinero ni hablar, por cierto, pero tampoco les pidan esfuerzo o tiempo alguno en beneficio de alguien que no sean ellos mismos.
El hecho de que hayan sido golpeados por vendavales económicos podría despertar simpatías en su favor. Lo que sería preciso entender, en este caso, es que parte de esta gente ni siquiera participa ya de la cultura del trabajo que heredó de sus padres. Criados en la inflación y en los tipos de cambio artificiales, muchos prefieren especular a producir y son campeones de la evasión fiscal. Su prototipo, el modelo a imitar, es el mismo que encarnan tantos famosos locales, que hacen bandera del hecho de haberse forrado en dinero a pesar de que ni siquiera terminaron la escuela: son vivillos, que han sabido oler el perfume del tiempo y le ofrecen a la gente basura que envilece. Me hacen recordar al Harry Lime de El tercer hombre, que adulteraba penicilina para vender más en la Viena de posguerra, aunque eso significase la muerte para tantos enfermos. Lo cierto es que, por más que las crisis los hayan afectado, afectaron de forma mucho más cruel a las clases más humildes. Y en esta sociedad del sálvese quien pueda, parte de la clase media argentina se ha negado a practicar la más mínima solidaridad con aquellos que empezaron a sentir hambre de un día para el otro.
Fuera del país, muchos recuerdan todavía las manifestaciones del infame corralito, al despuntar el siglo. Fue una ocasión insólita. Mucha gente que ponía cara de asco antes las manifestaciones populares que reclamaban condiciones mínimas de supervivencia, ganó la calle enloquecida cuando les tocaron el bolsillo. (Hubo gente honesta y trabajadora que perdió ahorros en esa celada del gobierno de Fernando de la Rúa, pero junto a ellos salieron a golpear cacerolas muchos atorrantes que atesoraban ganancias malhabidas.) Fue la única vez en los últimos años que las clases medias jugaron en el mismo equipo que las clases más populares, la única vez que las clases medias asumieron un rol que no fuese el reaccionario de siempre. De entonces a esta parte, mucha de esa gente volvió a la calle tan sólo para reclamar más presencia policial y más represión, por ejemplo en las marchas convocadas por el señor Blumberg, que se vendía a sí mismo como la contracara de los políticos profesionales y terminó admitiendo, acorralado por las pruebas, que llevaba décadas diciéndose ingeniero –¡cuando no lo era!
Esa gente es la clientela más preciada del triunfador Macri. Los que abominan de los pobres que afean la ciudad, los que se han tragado el cuento de que los pobres son sus enemigos y quieren quitárselo todo. Un cuento que ha resultado efectivo, a todas luces, porque es obvio que con tal de sacarse a los pequeños delincuentes de encima, esta gente no dudó en votar a los grandes delincuentes.
Una lógica perversa, por cierto. La seguimos mañana.
III
Durante la campaña por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, toda la gente con la que me crucé que confesaba intenciones de votar a Macri pertenecía a estas clases medias de las que vengo hablando. Yo no culpo a las clases más acomodadas por elegir a Macri, que después de todo es uno de los suyos y juega consistentemente para ese bando. Tampoco puedo culpar a los más humildes, gente que se compró a Macri “porque es de Boca”; se trata de votantes que no tienen acceso a medios de comunicación que informen a fondo y promuevan el debate, ellos conocen a Macri de las transmisiones de fútbol y de sus intervenciones en los programas banales que conforman el grueso de la transmisión televisiva de aire. Pero sí puedo pedir razón de sus actos a la gente que se parece a mí, que tiene un pasar más o menos tranquilo, vivienda propia, educación formal hasta el fin del secundario, servicio de cable y vacaciones pagas todos los años. Quiero decir, gente que carece de excusas para ser miope, y que si decide jugar el papel lo hace a conciencia de ser cómplice con la prolongación de un estado de injusticia social generalizada.
Cuando le preguntaba a esta gente por qué pensaba votar a Macri, los argumentos que esgrimían eran siempre los mismos. Por ejemplo, que Macri “es un buen administrador”. No conseguí que uno sólo me dijese cómo le constaba ese hecho, dado que Macri hijo siempre ha formado parte, de una u otra manera, de las empresas creadas o administradas por su padre. (Salvo que se refiriesen a Boca, que a fin de cuentas es una máquina de producir oro que hasta yo administraría bien.) Cuando les preguntaba por qué consideraban que la ciudad de Buenos Aires era ante todo una empresa –¿para qué es fundamental un administrador, si no para una empresa?-, tampoco respondían nada coherente. Les planteaba entonces la situación de aquellas personas que no pueden redituarle ganancia alguna a la empresa-Buenos Aires: indigentes, gente con deudas insalvables, recolectores informales de basura, huérfanos, convictos, enfermos. ¿Qué es lo que debe hacer un “buen administrador” con todos ellos? Me pregunto si los planes de Macri para erradicar las villas de esta ciudad son una respuesta a este intríngulis mío.
Lo cual me lleva a interrogarme por las razones ocultas por las que gente como la que describo vota a Macri. Dado que el gobierno de la Nación ha perseverado en su política de rechazar todo tipo de represión a las manifestaciones populares, el Macri convertido en líder de la oposición en Buenos Aires significa un coto a los cortes de calles por protestas, a los cartoneros por todas partes, a la delincuencia urbana. Por supuesto esto es imposible, porque apenas Macri cometiese el error de reprimir o de adoptar ostensibles políticas de exclusión la ciudad se convertiría en un infierno, pero hay mucha gente convencida de que Macri transformará la ciudad en un gran country, o en el peor de los casos en un barrio privado. Creo que muchos sienten, aunque jamás lo confesarían, que haber votado a Macri los convierte en parte de la “gente como uno”. Después de todo tiene sonrisa de blanqueador, ojos azules, usa camisas al tono y no levanta nunca la voz, lo cual lo preserva de la chabacanería. Alguna gente se sentirá más rubia esta semana, de eso estoy seguro.
Supongo que Macri seguirá disimulando sus verdaderas intenciones durante algún tiempo, tal como lo hizo en toda la campaña. Algo ya ha empezado a revelar, al expresar sus intenciones de despedir a miles de empleados de la comuna. (En realidad pretende que el todavía intendente Jorge Telerman se haga cargo de esta tarea sucia, sin duda alguna para preservarse de una reacción popular adversa.) Mientras tanto, seguiré preguntándome qué habrán sentido después de la guerra aquellos alemanes de clase media que votaron a Hitler, convencidos de que los ayudaría a poner coto a “la chusma judía” que pululaba en sus calles y afeaba sus salones.
…………………………………………….
Les pido disculpas por haberlos fatigado con este asunto. Pero me parece demasiado grave para consignarlo a la ligera.
30 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario