03/13/2008 - 11:55:00
Sin el Campo no tendríamos vacas, carne ni asado. Sin la soja y el trigo no tendríamos tantas reservas en el Banco Central ni tantos alimentos. Y a ningún Estado se le haría agua la boca juntando impuestos, ya no con la pala sino con la computadora. Sin la vaca no tendríamos leche ni yogurt ni dulce de leche. Y no existiría la Sociedad Rural. Ni la Unión industrial, como contrapartida. Sin el Campo no tendríamos vacas ni soja ni trigo y la Argentina sería otra.
Ni siquiera tendríamos ranchos. Y ni hablar del mate y del vino. Jauretche no hubiera escrito “El medio pelo en la sociedad Argentina” ni Martínez Estrada “Radiografía de la Pampa”. Echeverría no hubiera escrito “El Matadero”, Sarmiento el “Facundo”, José Hernández el “Martín Fierro” y Guiraldes “Don Segundo Sombra”. Pero tampoco, sin el Campo, Lugones hubiera escrito “La guerra Gaucha”, Borges “La Cautiva” y “ La intrusa” y Sabato “Sobre Héroes y Tumbas”. Y Roberto Arlt, Marechal y Cortázar no habrían sido los escritores de la Ciudad. Y los argentinos nunca hubiéramos sabido qué era el campo y cuáles sus bienes y sus males. Ya los sabemos. Sin El Campo no se habría creado el Tango para dejar de confundir las fronteras urbanas con la pampa. Ni habría tanta historia económica de fortunas ganaderas y agrícolas, ni de largos apellidos patricios.
Ni leyendas estancias infinitas que el viento no alcanzaba a soplarlas por completo. Pero también está la historia de peones pobres sin apellido y la de tantos pueblos olvidados y la de la despoblación y emigración hacia las metrópolis. Sin el Campo no tendríamos tantas carnicerías, verdulerías, panaderías y pizzerías. Ni supermercados. Ni tendríamos en la mesa rabanitos ni rúcula ni papa. Gracias a la vaca tenemos el asado. Gracias al asado tenemos proteínas privilegiadas y también colesterol malo. Y gracias al asado muchas argentinas disimulan su ignorancia en la cocina porque basta echar un bife vuelta y vuelta y listo.
En la India la vaca es sagrada y no se la come; aquí es más sagrada que en la India y por eso se la come con más gula carnívora que nadie. Pero el Campo ya no es lo que era. No resiste la nostalgia desinteresada. Antes se ilustraban las lecturas infantiles con un esforzado campesino arrastrando un arado de mano y detrás, curvada sobre la tierra una mujer sufrida. Hoy cada vez hay menos poncho y más Loden, menos alpargatas y más botas de carpincho, menos sulky y más cuatro por cuatro. Todos sabemos que fue desde el Campo desde donde la Argentina empezó a emerger de la crisis. Pero el Campo no es un país autónomo. Aunque tiene el derecho de hacer valer sus derechos. También lo tiene el Estado, que representa al “todo”. Al realismo mágico de la pampa húmeda lo reemplazó el realismo del negocio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario