Crónica de un casamiento gay, en una Iglesia argentina
Cronista por Naturaleza
(Inés Ambrogio)
El Sábado 14 de Enero de este año, fui invitada a concurrir a una ceremonia religiosa en la que dos jóvenes mujeres oriundasde la provincia de Jujuy, darían el “sí” frente a un altar en una linda iglesia del barrio de Flores, en Capital Federal.
En el momento de recibir la llamada telefónica para cubrir el evento acepté sin dudarlo, pero la palabra “iglesia” me hizo ruido entre las otras que formaban la frase. Como si se tropezaran unas contra otras, como si no hicieran juego entre sí. No hubo mucho tiempo entre el convite y la ceremonia, así que decidí ir y preguntar allí mismo de qué se trataba esta historia de amor. La unión legal entre personas del mismo sexo, va asentándose de a poco entre los que viven en Argentina, y cada vez con más frecuencia se escucha aunque sea a través de algún pariente, o de un amigo que “dentro de poco hay boda en el registro civil, andá preparándote”.
Los mayores de 60 o 70 años van bajando los brazos en este ring de emociones, en el cuál ellos siempre ganaban por knock-out a los enamorados o enamoradas que corrían a contar la buena nueva.
Mientras me dirigía al lugar de la celebración, La Iglesia de la Comunidad Metropolitana o ICM, no tenía la menor idea de lo que me esperaba. En la calle Camacuá al 200, había unas pocas personas en la puerta, esperando a las novias que por supuesto tardaron en llegar, como corresponde a toda mujer que se precie de tal.
Tuve unos pocos minutos para intercambiar palabras con el reverendo Víctor Bracuto, un joven alto y de mirada amable, que sólo alcanzó a darme una tarjeta personal y al mismo tiempo de la Iglesia. Me dijo que seguramente nos veríamos luego, en la fiesta. Allí tendríamos más tiempo para charlar. Se equivocó. La fiesta fue una fiesta, como Dios manda, y nadie se dedicó a hablar de la “ICM”, sino a comer, a divertirse y a bailar como en cualquier otra fiesta de casamiento.
Traté de hilar datos sueltos que me iban siendo contados por la fotógrafa del evento, pero todo era muy vertiginoso. Hubo momentos en los que solo quería preguntar y preguntar, pero… no podía.
Los familiares ya habían llegado, y no tenía la suficiente confianza como para ponerme a hablar con soltura de un tema tan delicado e importante, sin que ellos me conocieran.
Pero la alegría de los presentes pudo más.
Las novias trataban de ocultar la emoción y el esfuerzo que les había tomado años y años de valentía, discriminaciones, vueltas a empezar con todo, alejamientos familiares, y otros entreveros.
El padre Víctor dio comienzo a la ceremonia que fue muy íntima , con no más de 50 personas.
La gente de Jujuy, entre la que se contaban los padres de una de las contrayentes habían viajado hasta nuestra ciudad desde muy lejos en el Norte del país.
Entre algunos cánticos y lecturas diseñadas para especial ocasión, de a poco se empezó a hacer silencio cuando Víctor dio su mensaje principal.
La voz le cambió al comenzar a hablar , sin dejar de ser tranquila y armoniosa.
Pero el mensaje fue más claro.
Habló del derecho de todos sin distinción de acceder al amor en sus variadas formas.
De salir del “closet” (frase que parecía imposible de ser pronunciada en una Iglesia), y de amar.
Hizo referencia a los afectos post modernos, tan light, tan poco comprometidos en general.
Post modernismo.
Otra palabra rara de escuchar en un templo, supongo.
Acostumbrado como está uno a escuchar de bocas infames y endiabladas, que “ los homosexuales deberían irse a vivir a una isla” en la voz de nuestras cúpulas eclesiásticas, un vocabulario actualizado y una mente abierta , hacían que su discurso transformara al evento en una reunión de amigos, más que en una reunión dispuesta a revivir a la Santa Inquisición.
Cuando terminó la ceremonia, me acerqué al padre de una de las novias, y recibí la sorpresa más grande la noche.
Lo felicité y le pregunté de qué parte de Jujuy eran él y su familia. La respuesta entre sonrisas y lágrimas fue dada en voz baja , como habla gran parte de la gente del interior de nuestro suelo.
“Ledesma”, me dijo.
“Hace 40 años que trabajo recogiendo cañas de azúcar, así es…” agregó sin dejar de sonreír, pero con mirada de cansancio al recordar de un pantallazo su vida.
No pude parar de pensar en un solo momento (ni en toda la noche) en el vuelco de 180 grados que este hombre había tenido que dar , para llegar hasta allí y festejar con su hija la boda tan deseada por ella.
Esa era la historia para ser contada.
Era esa.
Subimos a un remís que llevó a las novias, la fotógrafa y a mí hasta Puerto Madero a sacar algunas fotos en el Puente de la Mujer. Una de ellas estaba vestida de traje, y llevaba el cabello muy corto, mientras que la otra usaba un hermoso vestido de novia a la vieja usanza, con ramo de rosas en la mano.
En el viaje, una de ellas contó la historia de amor, sin parar.
Las dos con 24 años ahora, conviven desde hace cuatro .
Trabajan como mucamas en un hotel alojamiento, y se enteraron de la ICM , pues alguien de la congregación les dio un volante en la última marcha gay.
De orígen sumamente humilde , ambas decidieron no pensar en eso a la hora de preparar esta boda, a la que no le faltó nada.
Salón de barrio alquilado, globos blancos en el techo, niños corriendo sin parar de un extremo al otro.
Y don Rosendo mirando todo desde su mesa.
Pensando en cómo cambia el mundo, en que su hija está realmente enamorada de otra mujer, y que le da su bendición para que sigan.
Que este amor no es una enfermedad, sino un síntoma de salud mental.
En que mañana se tiene que tomar el micro de vuelta para cortar y cargar cañas de azúcar en Ledesma.
Y en que de a poco toda la gente , la de la ciudad y la del campo, se va a ir teniendo que acostumbrar al amor verdadero.
Como lo tuvo que hacer él, cuando su esposa le contó lo que su hija tanto temía contar.
21 de enero de 2012
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2 comentarios:
Sencillamente una lección de VIDA!!!
Gracias Mario.
ESTO ES AMOR, DE TODOS. NOVIAS, PADRES, FAMILIA, AMIGOS Y LA SOCIEDAD REPRESENTADA EN ESTA PEQUEÑA IGLESIA. QUÉ BUENO PARA EMPEZAR ESTE DÍA.
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