Editor: Mario Rabey

7 de agosto de 2011

Lo mismo un burro que un gran profesor

 

por Natacha Matzkin

Esta nota la escribo dolida, indignada, caliente y probablemente por eso resulte algo infantil e impublicable.

No importa. Necesito expresar lo que me sale de los ovarios.

Hace rato dejé de creer en las noticias que reproducen los medios.

No tiene que ver con la pelea Gobierno-Clarín, sino con el asco y el rechazo que me provoca ver cómo se tergiversa y se banaliza todo, en función de un ejemplar más vendido, de un punto más de raiting, de un minuto más de fama, de una cuota más de poder, de cualquier cosa que en lo mediato o inmediato les reporte un peso más de ganancia.

Entonces la vida, la intimidad, el honor y hasta la muerte de las personas quedan indefensas y a merced de este terrorismo mediático.

Y la sensación es permanente, y con cualquier noticia.

Desde un asalto en Chivilcoy hasta un casamiento de príncipes europeos.

Desde la muerte de una familia bonaerense en un accidente de auto, hasta la desaparición de Jorge Julio López.

Desde las salideras bancarias hasta la muerte del hijo de Leonor Manso en pleno brote psicótico.

Desde la caída de Rocío Guirao Díaz hasta el prestigio y el honor del maestro Zaffaroni.

Es tanta la indignación y tan continua, que no da tiempo a reaccionar.

No soy periodista, ni socióloga, ni politóloga, ni filósofa; nada más que una ciudadana común y por lo tanto no tengo los elementos para resistir esta agresión permanente. Me limito a cambiar de canal y tratar de no enroscarme con las mentiras de los diarios; leer literatura, mirar cine.

Pero así y todo, no puedo encontrar refugio que me evite el mal trago de leer los titulares y las opiniones de los marmotas que se enganchan en movidas de tan baja estofa.

La vida de cualquiera a merced de estos hijos de puta. Hoy es Zaffaroni, mañana puede ser cualquiera de nosotros. No importa nada. Mañana desaparezco y hasta que me encuentren pueden decir que soy una estafadora, una proxeneta, una psicópata, una narcotraficante, pueden violar mi intimidad, hackear mis cuentas, pueden especular con que me mató mi amante, pueden investigar a mis padres, cualquier cosa es válida para vender.

Cuando pasa con cualquiera, pasa, no queda nada. En un tiempo nadie recordará a la niña que desapareció en un parque en Tierra del Fuego, excepto sus padres. Ya nadie recuerda a los Pomar y el mes entero en que se dedicaron a inventar cualquier cosa para mantener la noticia a la venta. Nadie hace una autocrítica respecto de la manera irresponsable en que promovieron la campaña “un milagro para Agustín”, o del fenómeno Blumberg donde un señor burro, reaccionario y seguramente dolido por el secuestro y muerte de su hijo fue al Congreso de la Nación a dictarle a los legisladores normas reñidas con nuestra constitución. Nadie piensa en qué sintió la familia de Lucas Rebolini Manso al enterarse de la muerte de su hijo por un titular de TN y una foto del chico en bolas en la calle en pleno brote psicótico. A nadie le importa nada cuando ya no vende y desaparece de la pantalla.

Todo se confunde y se mezcla para hacer la gran ensalada de mierda que preparan para mantener su parte de la torta.

No hay ningún límite para la mentira y la infamia.

El ilícito de un administrador desleal embarra nuestros símbolos más sagrados y hay que soportar que se metan con Las Madres pretendiendo que creamos que no se juegan la vida desde hace más de 30 años sino que son una asociación ilícita que lucra con el dinero del pueblo. Un ADN dudoso hace que se metan con Las Abuelas y que la derecha oportunista manche con sus inmundas patas la lucha más pura por los derechos humanos y el trabajo más valioso por la recuperación de la identidad de chicos apropiados por los chacales de la dictadura.

Y van por más, para arrasar con todo lo que se plante a su paso, sin importar cuánta infamia, cuánta mentira, cuánta injusticia desparraman en pos de sus miserables intereses.
 
Ahora se meten con Zaffaroni, el mejor de nosotros, nuestro orgullo. Y salen con su cara de piedra los imbéciles, perdedores, lameculos, ignorantes, fracasados, impresentables, a aprovechar su minuto de cámara, para ganarse la simpatía de la derecha porque es obvio que ya perdieron todo el respeto desde el centro hacia la izquierda y se cagan en la historia, en sus padres, en la memoria, en la ideología, en los valores, en los principios, para ganar un voto más de los idiotas, para confundir a los más ingenuos, para coquetear con las corporaciones mediáticas, para seducir al medio pelo. Lo mismo un burro que un gran profesor.

1 comentario:

Beatriz Perez Olguin dijo...

En el 2004 regalé mi TV a una amiga y no he visto televisión desde entonces. No compro diarios y escuho alguna radio donde preferentemente no haya noticias ni comentarios. Pero aquí me leés. Mientras trabajo o hago otras cosas entran mensajes, interactúo, hago búsquedas de contenidos finalmente clasificados y segmentados por independientes tanto como lo podría hacer el periodismo acreditado. En muchos casos información valiosa , en muchos casos no. Y de paso, quién sería yo para juzgarlo. Al menos te puedo decir que ciertamente privilegiada por haber tenido garantías de salud y formación, que considero bastante más que de sólo educación sistematizada. Para alcanzar un pensamiento crítico que no se trata, precisamente, de "un milagro". O algo que te pudiera proveer, el poder contar con una computadora.
Algunos creen que está bien que fueran pocos los que accedieran a dichas garantías. Porque de paso, quienes no accedieran a tener criterio, no advertirían las diferencias entre lo que significa que un locador fuera victimado por sus locatarios, de las responsabilidades que le competen a quien administrara fondos públicos. Así fuera el locatario el padre de Claudia o el juez Zaffaroni. Así fuera el administrador de fondos públicos mi abuela o Hebe de Bonafini.
Y hasta que exista una oferta de las versiones amarillistas e intencionadas EN AMBOS CASOS, es producto de que existe una demanda. Una demanda que no ha tenido garantías de salud y educación para tener criterio con que no consumir esa mierda. Así como que haya desempleados estructurales depende de un gobierno que no tiene una programación educativa coherente con las necesidades del país en otra escala DEL MISMO PROBLEMA.
Como conclusión, APOYO LAS EXPRESIONES DE ZAFFARONI en lo que respecta a que no podemos convertirnos en censuristas. Si la prensa amarilla existe, somos nosotros los que deberíamos estar preparados para reconocerla como tal-