El 19 de junio de 2009, Chancellor Keesling, un soldado de la reserva estadounidense, murió en Irak en lo que el Pentágono calificó de “incidente no relacionado con el combate”. La verdad es que Keesling se suicidó. Su nombre pasó a engrosar una larga lista de soldados que terminaron con su vida en lo que está resultando ser un año récord de suicidios en el ejército estadounidense.
En agosto de este año al hablar en Phoenix ante la Convención Nacional de la organización de Veteranos de Guerras en el Extranjero, el presidente Barack Obama dijo: “No debemos olvidar nunca que nuestros soldados son el recurso más preciado que tiene nuestro país, y así debemos tratarlos. Como comandante en jefe, tengo la responsabilidad solemne de velar por su seguridad.
Y no hay nada que nos lleve más a una sobria reflexión que el acto de firmar una carta de pésame dirigida a la familia de un hombre o una mujer que ha dado la vida por su patria.” Pero Jannett y Gregg Keesling no recibirán una carta de pésame por la muerte de su hijo Chance. Obama no envía el pésame a los deudos de quienes toman sus propias vidas en el escenario de la guerra. [Ante la insistencia de los Keesling, se les informó que esta omisión no era involuntaria, sino que el gobierno estadounidense tiene una política de larga data de no enviar cartas de pésame presidencial a las familias de los soldados que se suicidan.]
Jannett me dijo: “A Chancellor lo reclutaron apenas terminó la secundaria, y para él alistarse en el ejército era algo en lo que creía profundamente. Yo quería que fuera a la universidad, pero él estaba seguro de su decisión de servir a su país. Tenía sólo 18 años cuando ingresó al ejército. Nos dejó en octubre para iniciar su entrenamiento básico y luego fue enviado a Fort Sill, Oklahoma. Se desempeñó muy bien en su primera etapa como soldado, se adaptó, hizo amigos enseguida, disfrutó su entrenamiento. Y luego llegó su primera misión.”
Chance volvió muy perturbado de ese primer período en Irak, aunque todos coinciden en que tuvo una actuación destacada. En cierto momento, ante el riesgo de que se hiciera daño a sí mismo fue puesto bajo cuidados preventivos y se le quitaron todas las municiones durante una semana. Luego de regresar de Irak, Chance rechazó una compensación extra de 27.000 dólares para que se volviera a alistar, y pidió traslado al Ejército de Reserva de EE.UU., esperando así evitar otra misión. Solicitó tratamiento y fue atendido por los servicios médicos del Departamento de Asuntos de Veteranos. Su padre, Gregg, me dijo: “Nos reunimos en familia y razonamos: ‘Obama va a ser nuestro próximo presidente, pondrá fin a esta guerra y no tendrás que volver.’” Pero al poco tiempo Chance recibió la orden de que debía presentarse nuevamente al servicio activo.
Como la legislación actual no permite que el servicio militar activo comunique los antecedentes psiquiátricos de quienes pasan a la reserva, los superiores de Chance no fueron alertados de sus problemas anteriores. En junio pasado, sintiéndose nuevamente abrumado, Chance envió un correo electrónico desesperado a sus padres en el que mencionaba la posibilidad de suicidio. Según recordó Jannett: “después de su muerte algunos de sus compañeros nos contaron que nadie lo había notado angustiado o mal. Sé que estaba durmiendo bien. Me dicen que la mañana del día en que murió estaba contento. Se lo escuchó cantar. La noche antes de su muerte yo hablé cuatro minutos con Chancellor. Y él, como siempre, se hizo el fuerte… Lo que sí me dijo esa noche fue que el día siguiente iba a ser una jornada muy difícil y larga. Casi no habló. Siempre que hablábamos me decía que me quería y se despedía antes de colgar. Esa vez simplemente colgó.”
Gregg cuenta que a la mañana siguiente Chance “se encerró en el baño y se pegó un tiro con su M-4. Sentimos un profundo dolor. Una carta no va a aliviar ese dolor–no podrá llenar nunca el vacío que sentimos por dentro-, pero el reconocimiento del presidente de que nuestro hijo dio su vida por defender a Estados Unidos significaría mucho para nosotros. Y creo que también sería importante para cientos, quizá miles, de familiares de víctimas de suicidio de estas guerras de Irak y Afganistán. Dicen que la tasa de suicidios entre militares ha superado por primera vez en la historia la tasa de suicidios en la población civil. Los problemas de salud mental son muy graves.”
El Pentágono admite que aumenta el número de suicidios en filas del ejército, alcanzando niveles críticos. La cifra de suicidios admitidos ha crecido sostenidamente, pasando de menos de 100 en 2005, según un informe, a casi 200 en 2008, con similar número de afectados entre los veteranos de Irak y los de Afganistán. Gregg Keesling afirmó que cuando fue con su mujer a la Base Aérea de Dover a recibir los restos de Chance, un sargento los alentó a que denunciaran lo que estaba pasando. “Casi no pasa un día sin que reciba el cuerpo de un soldado que se suicidó. Acá hay algo que no está bien”, les dijo.
Los Keesling agradecen el apoyo que les brindó el General de División Mark Graham, quien los ayudó a enfrentar su dolor e intentar superar el estigma que significa el suicidio en filas militares. Uno de los hijos de Graham se suicidó en 2003, cuando se entrenaba para ser cadete del ejército. Unos meses después, su otro hijo, que también se había alistado en el ejército, fue enviado a Irak y murió en un atentado al poco tiempo. Pero la organización “GI Rights Hotline”, una línea telefónica de ayuda que aconseja a soldados en actividad sobre alternativas para abandonar el servicio militar, afirma que un psicólogo puede ayudar a los soldados con tendencias suicidas a obtener una baja por razones médicas. Según esta organización: “Lo que al ejército le interesa saber es si el paciente puede cumplir sus funciones sin causar problemas, situaciones embarazosas o gastos. El bienestar del solado es algo bastante más secundario.”
Estados Unidos está enfrascado en dos ocupaciones militares masivas incontrolables, sin perspectiva de solución a la vista. Obama debería, sin duda, enviar cartas de pésame a los Keesling y a todos aquellos cuyos familiares encontraron en el suicidio la única forma de escapar del infierno de la guerra o el horror de sus secuelas. Pero la única manera en que Obama puede detener este río de sangre es retirándose inmediatamente de las guerras que heredó.
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Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2009 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Laura Pérez Carrara y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2009 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Laura Pérez Carrara y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la presentadora de “Democracy Now!”, un noticiero internacional diario de una hora que se emite en más de 550 emisoras de radio y televisión en inglés y en 200 emisoras en español. Es coautora del libro “Standing Up to the Madness: Ordinary Heroes in Extraordinary Times,” recientemente publicado en edición de bolsillo.
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