por Mario Rabey para Mano de Mandioca
En los últimos quince años, un hato de idiotas (uso la expresión "idiota" como sinónimo de "simple", inspirándome libremente en la famosa frase de Carlos Marx referida a la "idiotez de la vida rural", cfr. Eric Hobsbawm, El manifiesto comunista hoy) se enancó en la derrota político-ideológica (y no económica como afirman esos idiotas) del "socialismo real". Esta derrota política e ideológica incluyó algunos acontecimientos a los cuales se les construyó, a través de los medios masivos de comunicación, una poderosísisma carga simbólica. Entre esos acontecimientos se destacan, por ejemplo, la "caída del muro (de Berlín)", la reunificación de Alemania, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Sovietícas y la mención repetitiva a ésta, ya no como ex URSS, sino como ex Unión (despojada entonces de Repúblicas y de Socialismo) Soviética.
Los idiotas ocultan (y de esa manera construyen falsa conciencia, categoría que uso aquí en un sentido más cerradamente marxiano que en el caso de idiotez) que lo que se produjo fue el catastrófico final del orden mundial bipolar y la emergencia de la voluntad unilateralista de la derecha norteamericana -y su núcleo duro, el complejo militar-industrial. Ese complejo (analizado hace cinco décadas por C. Wright Mills en su libro La Elite del Poder) de gigantescos contratos con el gobierno de USofNA, se constituyó en el corazón hegemónico del nuevo proyecto de un orden mundial unipolar.
Estos idiotas (idiotas pero no locos ni, mucho menos, soñadores) se dedicaron a establecer un conjunto de ideas, procedimientos, formas de pensar y de comprender, incluso matrices emocionales, estéticas y hasta éticas (la estética de patrones corporales y la ética de los consumos saludables, por ejemplo). Idiotas poderosos, rápidos y simplificadores, impusieron un neofascismo real, de pensamiento único y unificador. Me refiero aquí a esa unidimensionalidad de la que hablaba Herbert Marcuse hace más de cuarenta años y a la variante norteamericana de la política basada en el miedo a la libertad, que analizó Eric Fromm hace más de cincuenta.
Nos globalizaron en su idiotez. Ellos (los globalizadores) hicieron grandes ganancias y descargaron de significado al mundo. Nosotros (los globalizados) nos quedamos más pobres que antes, pues a nuestra pobreza en bienes de consumo (que no era tan grave, salvo para los más pobres entre nosotros -los indigentes-) le agregamos la deprivación de significado: es decir, la pérdida de creatividad, de capacidad innovativa, de pensamiento, voluntad y goce autónomos.
En los últimos quince años, un hato de idiotas (uso la expresión "idiota" como sinónimo de "simple", inspirándome libremente en la famosa frase de Carlos Marx referida a la "idiotez de la vida rural", cfr. Eric Hobsbawm, El manifiesto comunista hoy) se enancó en la derrota político-ideológica (y no económica como afirman esos idiotas) del "socialismo real". Esta derrota política e ideológica incluyó algunos acontecimientos a los cuales se les construyó, a través de los medios masivos de comunicación, una poderosísisma carga simbólica. Entre esos acontecimientos se destacan, por ejemplo, la "caída del muro (de Berlín)", la reunificación de Alemania, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Sovietícas y la mención repetitiva a ésta, ya no como ex URSS, sino como ex Unión (despojada entonces de Repúblicas y de Socialismo) Soviética.
Los idiotas ocultan (y de esa manera construyen falsa conciencia, categoría que uso aquí en un sentido más cerradamente marxiano que en el caso de idiotez) que lo que se produjo fue el catastrófico final del orden mundial bipolar y la emergencia de la voluntad unilateralista de la derecha norteamericana -y su núcleo duro, el complejo militar-industrial. Ese complejo (analizado hace cinco décadas por C. Wright Mills en su libro La Elite del Poder) de gigantescos contratos con el gobierno de USofNA, se constituyó en el corazón hegemónico del nuevo proyecto de un orden mundial unipolar.
Estos idiotas (idiotas pero no locos ni, mucho menos, soñadores) se dedicaron a establecer un conjunto de ideas, procedimientos, formas de pensar y de comprender, incluso matrices emocionales, estéticas y hasta éticas (la estética de patrones corporales y la ética de los consumos saludables, por ejemplo). Idiotas poderosos, rápidos y simplificadores, impusieron un neofascismo real, de pensamiento único y unificador. Me refiero aquí a esa unidimensionalidad de la que hablaba Herbert Marcuse hace más de cuarenta años y a la variante norteamericana de la política basada en el miedo a la libertad, que analizó Eric Fromm hace más de cincuenta.
Nos globalizaron en su idiotez. Ellos (los globalizadores) hicieron grandes ganancias y descargaron de significado al mundo. Nosotros (los globalizados) nos quedamos más pobres que antes, pues a nuestra pobreza en bienes de consumo (que no era tan grave, salvo para los más pobres entre nosotros -los indigentes-) le agregamos la deprivación de significado: es decir, la pérdida de creatividad, de capacidad innovativa, de pensamiento, voluntad y goce autónomos.
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