por Héctor Mario Amor
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Los gobiernos de todos los países se empeñan en construir una imagen épica de los militares, porque al fin y al cabo son los muchachos que van "a defender al país" y "morir por la patria". Algo hay que hacer para que los hombres retrocedan convencidos y sin cuestionarse ese corto trayecto que separa a nuestra civilización del fanatismo.
¡Oh John Wayne, que gran maestro has sido!
Los medios presentan como testimonios que deben conmovernos fotografías de la madre o la viuda que llora desconsolada junto al ataúd cubierto por la bandera mientras el superior del muerto intenta consolarla. Pero sobrevivir a una guerra, que "nuestro chico vuelva a casa", no necesariamente llevará a un final feliz para él y su entorno. Se trata de alguien al que le han dado piedra libre para hacer lo que en su vida normal está severamente castigado. "¡Vé y hazlo, la patria te lo reconocerá!", le dijeron. Pero en el living hogareño, en el dormitorio o en la sala del hospital, brotan incontrolables los horrores cometidos por él mismo y los sufridos por sus compañeros, los muertos, los heridos, los que cómo él jamás volverán a ser los mismos que antes de que sonara el primer tiro. El monstruo está ahora en casa. Ha vuelto. Lo hemos cebado adecuadamente. Y le decimos que debe olvidar todo y comportarse como antes, ser un buen chico y volver a tomar cerveza sentado frente al televisor.
"I´m going to do my duty to the country", dicen que dijo el psiquiatra de Fort Hood cuando se alistó en el ejército. Pero parece que, después de haber escuchado a sus pacientes, soldados traumatizados que venían del horror, de conocer por boca de ellos las espeluznantes realidades de la guerra, quedó atormentado por su futuro en ella. Y entonces se le confundieron sus ideas sobre Alá y la Patria , tomó dos pistolas y comenzó a disparar.
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