Editor: Mario Rabey

2 de julio de 2008

LA PRENSA, SEGÚN ARTURO JAURETCHE Y RAÚL SCALABRINI ORTIZ


ARTURO JAURETCHE

Mientras los totalitarios reprimen toda información y toda manifestación de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el manejo organizado de los medios de formación de las ideas, que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelvan en función de sus verdaderos intereses. Grupos capitalistas tienen en sus manos la universidad, la escuela, el libro, el periodismo y la radiotelefonía. No necesitan recurrir a la violencia para reprimir los estados de conciencia que le son inconvenientes. Les basta con impedir que ellos se formen. Dan a los pueblos la oportunidad de pronunciarse por una u otra agrupación política, pero previamente imposibilitan materialmente la formación de fuerzas políticas que respondan a las necesidades populares.

Esto ocurre aquí y en cualquiera de las llamadas grandes democracias. Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los 'democráticos' es un paralítico con la ilusión de la libertad al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos. Proponemos un auténtico ideal democrático. El sometimiento de las fuerzas de las finanzas al interés colectivo. El estado que queremos debe ser fuerte para hacernos libres. No el estado totalitario cuyo fin es ahogar al hombre para realizarse, sino el estado que ahoga la tiranía del dinero para realizar al hombre, y así, en el terreno de la formación de la opinión pública, la solución democrática consistirá en sustituir la libertad de empresa periodística o radiote1efóníca, que es la libertad de los grupos plutocráticos para hacer su prensa o su radio e impedir toda otra, por la libertad de prensa sólo lograble cuando ella no tenga que depender de los intereses capitalistas. Solución ésta que requiere una Argentina Liberada, ya que como dije antes, la finanza es extranjera. El problema que en los países plutocráticos es un problema puramente interno, entre nosotros, está vinculado a la existencia de una soberanía nacional auténtica. Necesitamos liberar a la Nación para liberamos dentro de ella.

Porque los medios de información y la difusión de ideas están gobernados, como los precios en el mercado y son también mercaderías. La prensa nos dice todos los días que su libertad es imprescindible para el desarrollo de la sociedad humana, y nos propone sus beneficios por oposición a los sistemas que la restringen por medio del estatismo. Pero nos oculta la naturaleza de esa libertad, tan restrictiva como la del estado, aunque más hipócrita, porque el libre acceso a las fuentes de información no implica la libre discusión, ni la honesta difusión, ya que ese libre acceso se condiciona a los intereses de los grupos dominantes que dan la versión y la difunden.
Porque estos periódicos tan celosos de la censura oficial se autocensuran cuando se trata del avisador, el columnista no debe chocar con la administración. Las doctrinas, los hechos, los hombres, se discriminan en función del aviso; así hay tabúes tácitos y s sabe que no se deben mencionar, qué camino no hay que aconsejar, qué cosas son inconvenientes.


RAÚL SCALIBRINI ORTIZ

En un país empobrecido, los grandes diarios son órganos de dominio colonialista. El periodismo es quizás la más eficaz de las armas modernas que las naciones eventualmente poderosas han utilizado para dominar pacíficamente hasta la intimidad del cuerpo nacional y sofocar casi en germen los balbuceos de todo conato de oposición. Su acción es casi indenunciable porque fundamentalmente opera, no a través de sus opiniones sino mediante el diestro empleo de la información que por su misma índole no puede proporcionar una visión integral y sólo transfiere aquella parte de la realidad que conviene a los intereses que representa.

En su extraordinariamente documentado libro America Conquers Britain (América conquista Inglaterra), LudweIl Benny nos relata la lucha silenciosa, públicamente disimulada, invisible para los pueblos, pero no por eso menos encarnizada y decidida, en que se trenzaron EE.UU. y Gran Bretaña durante el decenio 1920-1930 para conquistar mercados, el uno; y para evitar ser desplazada la otra.

Uno de los capítulos del libro está dedicado a detallar aspectos desconocidos y a veces de carácter reservado de los procedimientos puestos en juego para lograr el predominio de la información periodística en China. La técnica utilizada no se caracteriza por su corrección y quizás tampoco por su moralidad, pero no eran esos valores el objetivo por los cuales pugnaban ni los británicos; ni los norteamericanos. La documentación de Ludwell Denny, es aparentemente imparcial y muy completa pues tenía todos los documentos a mano, en su carácter de Jefe de Prensa del Departamento de Estado.

El pueblo chino no tuvo nunca conocimiento de esa lucha que se desarrollaba para decidir quien iba a ser el informante. Las acciones rivales aparecen como actos individuales; independientes los unos de los otros. La voluntad y la inteligencia central, que los dirigen, en ambos bandos, permanecen absoluta y totalmente ignorados por el pueblo chino.

Los grandes diarios cambian de propietario sin que la operación trascienda al público. Se establecen agencias informativas que compiten y desalojan con la modicidad y amplitud de sus servicios a las agencias locales y a las establecidas con anterioridad. Los directores y redactores de los periódicos influyentes y, a veces de segundo orden, son sobornados con tan hábil y distinguida urbanidad que el soborno aparece como un mezquino honorario de actividades profesionales. Hasta las transmisiones cablegráficas son monopolizadas. Cuando eso ocurre, el rival instala poderosas estaciones radiotelegráficas desde las cuales propala noticias que pueden ser reproducidas gratuitamente.

A primera vista, sorprende la tenacidad y la amplitud de los medios puestos en juego para obtener el predominio en la información periodística china. Pera a poco de pensarlo se comprende que esa información es el único lazo que une el cuerpo nacional chino con el resto del mundo, es el equivalente nacional de sus ojos, de sus oídos, de su tacto.

El pueblo chino se enterará de los hechos mundiales que a las agencias les interese difundir. Esos conocimientos serán sus puntos de referencia para medirse a sí mismo, para fundamentar sus pretensiones o para consolarse de sus desventuras. Si el pueblo chino cree que el resto del mundo come tan poco como él, nadie se quejará, si cree que el resto del mundo paga por el petróleo el mismo precio que él paga, no protestará. Si cree que para su arroz no se obtiene más precio que el que él logra, no discutirá. Si cree que para progresar necesita recibir al capital extranjero, nadie podrá válidamente oponerse a que recurra.

En una palabra, desposeído de sus medios colectivos de información, el pueblo chino queda a merced de sus infamantes extranjeros que, poco a poco, insensiblemente, influirán hasta en sus sentimientos más comunes, en la jerarquía de sus apreciaciones y en la calidad e intensidad de sus gustos y apetencias.

Material publicado en Bases para la Reconstrucción Nacional, Editorial Plus Ultra, año 1958.

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