1 de diciembre de 2011
¿Por qué hay hombres gay que tienen sexo de riesgo?
Inseguro
Michael Warner
Publicado en el semanario neoyorquino Village Voice, 31 de enero de 1995.
En las sórdidas oficinas cerca de Union Square, los hombres llegan, completan un cuestionario y se hacen un test de HIV. Después se sientan con un asesor para hablar acerca de sus vidas sexuales.
-¿Has rondado a otro hombre en los últimos tres meses? ¿Qué pensabas cuando le pedías que te cogiera?
Estos hombres son parte del proyecto ACHIEVE, un estudio lanzado por el New York Blood Center (Centro de Sangre de New York) alrededor de un año atrás. Su propósito principal es identificar una población para probar vacunas en el futuro. Pero en el proceso de entrevistas a más de cuatrocientos cincuenta hombres gays cada tres meses, el proyecto ACHIEVE está produciendo quizás el panorama más fidedigno que cualquiera pueda tener acerca del sexo de riesgo entre hombres gays VIH negativos en New York.
Los investigadores se proponían conocer: ¿has tenido sexo anal sin usar condón en los últimos tres meses con otro hombre que fuera ya sea seropositivo o de condición desconocida? La respuesta fue bastante alarmante: un veinte por ciento dijo que había sido cogido en forma insegura, un veinticinco por ciento que había cogido a otra persona sin condón. Pero estas figuras muestran por qué las estadísticas están conduciendo a un error acerca de las relaciones sexuales.
Los entrevistadores descubrieron que muchos hombres tenían introducciones parciales o momentáneas que no consideraban como “sexo anal”. Cuando se incluye este tipo de encuentros, los números trepan al 30 % (entre los cogidos) y al 38 % (entre los que cogen).
Esta no es una muestra aleatoria. El proyecto recluta hombres seronegativos y quedar incluido en el mismo implica estar informado sobre el SIDA y responder a una identidad gay o bisexual de manera conciente. Si incluso estos hombres están acercándose hacia el sexo inseguro, los números podrían ser más altos entre la totalidad de los gays.
Otros estudios están aportando estadísticas similares. Un grupo de investigadores que encuesta hombres en dieciséis pequeñas ciudades ubicadas desde el Estado de New York, al norte, hasta West Virginia y Montana, encontraron que alrededor de un tercio de los hombres relataban estar cogiendo sin preservativos en los dos meses previos. En un estudio de próxima aparición acerca de hombres jóvenes en San Francisco, se encontró un índice de nuevas infecciones cerca de cuatro veces mayor al que se tenía en 1987. Los investigadores de la Universidad de Columbia se centraron en hombres más jóvenes en New York. Ellos pronosticaron recientemente que el índice de infección entre hombres gays parece permanecer estable por un largo tiempo, con una leve declinación por sobre los 40 años de edad. Pero agregan que si los hombres que entrevistaron hubieran informado acerca de menos contactos inseguros de los que en realidad tuvieron, con sólo uno menos por año que reportaran, incluso así la enfermedad estaría más esparcida de lo que ya está, con índices de infección para algunos grupos etarios que treparía por sobre el 60 % en la próxima década. La epidemia, concluyen, presenta uno de los escenarios clásicos de desastre de la Teoría de los Juegos: un incremento del sexo sin protección podría hacer crecer levemente el riesgo para los individuos (en tanto ese riesgo ya es alto), pero si cada uno se arriesgara una vez, los índices de infección explotarían.
Estudios como éstos condujeron a muchos a decir que estaríamos cerca de una “segunda ola de SIDA”. Pero puede que nosotros recién ahora estemos cayendo en la cuenta de que la misma ha estado ahí por largo tiempo: que un sexo más seguro es más fácil de adoptar en el corto término de lo que resulta luego sostenerlo. Nos damos cuenta de esto por una simple razón: desde la conferencia sobre el SIDA en Berlín en 1993, en la cual cayeron las esperanzas de una cura inminente, y que hizo añicos la fe en drogas tales como el AZT, se volvió cada vez más claro que la epidemia de SIDA parece que durará el resto de nuestras vidas. Consignas tales como “Ven aquí para curarte” comienzan a sonar vacías. En estas condiciones, rodeados por amigos y amantes VIH positivos, los hombres gay VIH negativos se enfrentan con un nuevo tipo de desafío que sólo unos pocos, fuera de nuestro medio, pueden comprender.
¿Qué hace que algunos hombres cojan sin protección, cuando saben de los peligros, cuando tienen acceso a los condones, cuando han practicado el sexo seguro durante años, incluso cuando están muy involucrados en el activismo contra el SIDA –en suma, cuando ellos “saben mejor”? La pregunta conmueve, es incomprensible. Yo mismo lo sé. Cuando tuve un encuentro inseguro el invierno pasado, me puse blanco.
Después de eso, pensé: bien. Asústate. Asústate mucho. Te va a mantener más seguro en el futuro. Me fijé en el almanaque para ver cuándo se cumplirían los tres meses. (El cuerpo puede tomarse ese tiempo –algunos especialistas piensan que puede llevar hasta seis meses- para producir los anticuerpos contra el VIH). La cosa parecía, para usar el cliché favorito en Estados Unidos, un llamado a despertar.
Algunos hombres piensan que son inmunes porque son demasiado jóvenes, o porque no son receptivos, o porque el otro tipo simplemente parece saludable. Pero yo no era tan tonto. El Departamento de Salud de la ciudad de New York nunca se ha molestado en hacer los estudios que San Francisco hizo. Pero las mejores estimaciones son que cerca del 50 % de hombres gays de mi edad en New York tienen HIV. Si sólo tienes un compañero, las chances de que lo tenga son bastante altas.
En aquel momento las probabilidades me vinieron a la cabeza en una especie de cálculo instantáneo que no alcanzaba siquiera a reconocer como un pensamiento y, mucho menos, como una decisión. La calidad de conciencia era más bien como la del impulso a robar en una tienda. Cuando les conté a mis mejores amigos acerca del episodio sólo mencioné cuán explosivo había sido el sexo. No el hecho de que fuera inseguro. Rechacé tanto lo que había hecho que me parecía que no había sido en absoluto mi elección. Un misterio, pensé. Lo hizo un monstruo.
La vez siguiente que vi al mismo hombre, fuimos nuevamente a su departamento. Pensé para mí mismo tomar precauciones, sin embargo, por la excitación embriagadora, podría decir que era mi monstruo el que me manejaba. Pero más miedo aún que el riesgo en sí mismo, me daba el darme cuenta de que la vergüenza y el temor no habían alcanzado para que tomara recaudos. De repente, tuve que pensar por qué quería sexo arriesgado, sabiendo que el peligro era parte de la atracción. En la vasta industria de la educación y la prevención del SIDA, no conocía nada que pudiera ayudarme a responder esta pregunta.
El sexo más seguro ha estado dando vueltas desde 1983, y las prioridades básicas de la prevención cambiaron un poquito nomás desde entonces: consigan la información y háganla atractiva. Pero una y otra vez escucho lo mismo de parte de quienes trabajan en prevención: la información por sí sola ya no cumple su función. “La abuela de cualquiera sabe sobre sexo anal y látex”, me dijo uno de ellos. El equipo de tareas de minorías en SIDA (The Minority Task Force on AIDS) envía a educadores de la salud como Juan Olmedo a lugares de levante. Van a bares y puntos de ligue en parques para repartir condones y lubricante. Su propósito es llegar a hombres que no están inmersos en la cultura gay, que pasan poco tiempo en los barrios blancos, ricos en información. Pero la mayoría de los hombres que encuentran en esos lugares ya saben más que lo básico sobre sexo seguro. Olmedo dice: “la gente mira los condones que les damos y dicen: ah, pensé que se suponía que el monoxinón-9 [1] ya no servía”.
Los activistas de la prevención volvieron a la mesa de dibujo. Se reunieron en la cumbre sobre prevención de VIH en Dallas, en junio pasado, con apoyo federal. Continuando reuniones anteriores, 16 organizaciones relacionadas con la prevención, en Nueva York, sostuvieron el 16 de noviembre un encuentro abierto a la comunidad. No sorprende que se haya producido más charla que acción. Ahora bien, algo en lo dicho es nuevo: “reducción de daño”, “auto-eficacia”, “seguridad negociada”, “estadios de cambio”, “mantenimiento”. Pero todo el mundo parece estar esperando una Nueva Idea, mucho más grande. “Necesitamos un movimiento de prevención”, dice Mike Isbell, un director de políticas en Gay Men’s Health Crisis (Crisis de Salud de Hombres Gay). Y nadie sabe cómo sería eso.
También encontramos mucho desacuerdo sobre cómo definir la noción de “inseguro”. Las discrepancias mayores se refieren al sexo oral. El Estudio de Salud de hombres jóvenes de San Francisco (S.F. Young Men’s Health Study) que se caracteriza por realizar una investigación exhaustiva, concluyó que el sexo oral por sí solo no tenía “ninguna relación” con el ser seropositivo. The Multicenter Aids Cohort Study (MACS) encontró que la transmisión oral era “posible aunque rara”. Otros especialistas argumentan que estas estadísticas podrían estar subestimando el riesgo al registrar parte de lo que debería considerarse transmisión oral como transmisión vía sexo anal. Sea como fuere, se documentó que el VIH puede transmitirse a través del sexo oral.
El debate se vuelve muy técnico, pero, en definitiva, se reduce a una pregunta sobre la cual nadie es experto: ¿cuánto riesgo es aceptable? Por muchos años, las organizaciones de prevención más importantes –incluida la GMHC- y las agencias de gobierno, decían que ninguno. Ellos clasificaban el sexo oral sin látex, incluso no habiendo eyaculación, como inseguro. A partir de la mayoría de los relatos, un número significante de hombres gays –al igual que la mayoría de los heterosexuales- ha ignorado simplemente el consejo, o se ha propuesto como fin un sexo más seguro, en lugar de uno absolutamente seguro.
Por sobre todas estas disputas, el gobierno se mantiene reacio a financiar la investigación sobre tendencias en la infección, sobre el riesgo y la prevención. El servicio ahora conocido como Sex in America fue concebido inicialmente como una investigación para ayudar en la prevención del SIDA; después de que su financiación fuera eliminada por congresistas republicanos, que temían un nuevo informe Kinsey, el estudio se redujo tanto que, finalmente, entrevistaron a menos de cincuenta hombres gay o bisexuales. Todavía tienen lugar restricciones de contenido sobre la prevención financiada por el gobierno federal; incluso hubo materiales para la cumbre de Dallas que tuvieron que ser revisados por si algo pudiera “promover la homosexualidad”.
En Nueva York, cada año desde 1989, los casos entre quienes se inyectan droga superaron en número a los de hombres que tienen sexo con otros hombres. Todavía para el año que termina en junio de 1994 el Instituto Estatal del SIDA gestionó 160 contratos de prevención; sólo 16 apuntaban a hombres que tienen sexo con otros hombres. Algunos gobiernos locales, como el de San Francisco, trataron de cubrir ese vacío. Pero en la ciudad de Nueva York se hizo muy poco para descubrir qué es lo que los hombres gays hacen actualmente o cómo se estaría produciendo la expansión del VIH.
Hasta hace poco, el futuro parecía un poco más prometedor. La administración Clinton mostró interés en hacer más flexibles las restricciones sobre los contenidos. Los centros para el control de la enfermedad habían lanzado un proyecto masivo para dar el voto en las prioridades de financiamiento a los trabajadores comunitarios. Y el Instituto de Nueva York para el SIDA había anunciado una nueva partida de U$2,45 millones para programas de prevención que apuntaban a los hombres gays y a las lesbianas. Pero luego llegaron las elecciones y es sabido que los recortadores de presupuesto de la derecha se llevan con la prevención dirigida a los gays como Crisco [2] con los condones: de la peor manera.
Entretanto, la prensa conservadora, enterada de la “segunda ola”, se apuró a cargar el golpe sobre los hombres gays. A la prensa le gustó siempre interpretar los deseos de los hombres gays como patológicos: tienes una reducción trágica de la autoestima, te diste por vencido, eres irresponsable. Y, para los escritores gays, no hay una manera más fácil de captar la atención de los tabloides que poner al sexo queer como chivo expiatorio, como Randy Shields y Larry Kramer lo demostraron en la primera vuelta. La segunda ola produjo su propia fraternidad de críticos de los gays. El columnista del New York Newsday, Gabriel Rotello, describió los clubes de sexo como “los campos de la muerte del SIDA”. Y el Daily News extrajo una moral conmovedora de la crisis en la prevención: es hora de que los hombres gays promuevan “relaciones significativas y de amor, en lugar del flirteo en cuartos reservados”.
Pero ningún estudio mostró que la segunda ola de SIDA pueda ser rastreada hasta los clubes de sexo. El riesgo mayor se toma en el dormitorio, no en los cuartos reservados [3]. Un estudio australiano sobre sexo inseguro entre hombres jóvenes, encontró que más del 70 % de estos incidentes habían tenido lugar en la casa, y sólo un 10 % en parques o baños públicos. En otro estudio sobre sexo inseguro en San Francisco los investigadores preguntaron a los hombres cuáles habían sido sus razones para correr esos riesgos. La mayoría dijo que simplemente se habían calentado. Pero muchos dijeron que estaban “enamorados”, precisamente, lo que el News recomienda.
Entonces, cuando hablamos acerca de hombres gays que tienen sexo inseguro no nos referimos a quemados y narcisísticamente dañados adictos al crack, en sucuchos (back rooms) sin luz (como si no valiera la pena tomar con seriedad a esa gente). Esta es la razón por la que Carlos Cordero, coordinador en el proyecto ACHIEVE, se preocupa por poner los descubrimientos en su contexto. “Si meramente damos a conocer nuestras estadísticas sobre sexo inseguro, la gente va a decir: `miren, qué tontos que son los hombres gays´. En cambio, si cruzamos las estadísticas con algún conocimiento acerca de las razones para tener sexo inseguro, dirán: `Pasé por eso, me sucedió, estaba deprimido, estuve enamorado`. A veces”, agrega Cordero, “no hay explicación”.
A diferencia del sexo per se, el sexo inseguro requiere de dos personas, una seronegativa y otra seropositiva. Pero los estudios de prevención rara vez se han enfocado en la dinámica entre partenaires gays. “La gente trata de forzar los límites”, dice Cordero. “Veamos cuán lejos te puedo traer conmigo. Si froto mi pito contra tu agujero, es una manera de decir ‘juguemos el juego de los ’70. No vamos a hacerlo del todo; sólo un poquito’”. Cordero atribuye mucho de esta dinámica a lo que llama “mentalidad del top [4]”. Los hombres se equivocan al pensar que no corren riesgo al estar en la posición del que penetra. Por otra parte, “la mentalidad del bottom [5]” significa desear no tener que vérselas con la negociación acerca de la seguridad; es asunto del top ser responsable de eso. Pero los tops pueden pensar que eso es tarea del bottom.
Frecuentemente, la decisión se toma por el contexto. “Estás más relajado en tu propia casa”, dice Cordero. “El vino fluye, las velas están encendidas, con un poco de suerte la cera se pone en contacto con tu cuerpo. Ese es el momento en el que mucha gente se pone en riesgo”. En la comunidad latina, dice Cordero, el alto valor que se atribuye al romance y la intimidad hace que los preservativos, que connotan promiscuidad, se consideren sospechosos. “Cuando conoces a alguien que te gusta, los condones salen por la ventana. Por la misma razón, se sospecha que cualquiera que saca un condón debe ser promiscuo y seropositivo. Hay una traba, tanto para usar los preservativos como para sincerarse”.
Para muchos hombres seropositivos, la solución es separar encuentros anónimos, en los cuales proponer sexo más seguro puede volver dudosa la condición de portador de VIH, y encuentros más personales donde un sinceramiento temprano es importante en el desarrollo de la confianza.
Esta ética tiene sus propias dificultades. Richard Elovich, que dirige programas en el GMHC para hombres gays con problemas de drogas y alcohol, encuentra un tema común en los grupos; es lo que él llama “ansiedad del hombre lobo”: la carga del secreto y la vergüenza que los hombres seropositivos soportan cuando no se sinceraron desde el comienzo, quizás en un encuentro casual que luego se vuelve algo más serio; o cuando sí se sinceraron y la reacción del otro hombre vuelve difícil un encuentro casual aunque sea seguro. No es extraño entonces que muchos hombres seropositivos decidan hablar después, o decidan no hacerlo en absoluto.
En el caso de mis encuentros inseguros el invierno pasado estaban en juego muchos de estos asuntos no discutidos. ¿Por qué, por ejemplo, el otro tipo quizo que lo cogiera sin condón? Creo que yo aparentaba no hacerme esta pregunta, conociendo la teoría más simple: porque él ya era seropositivo y no estaba preocupado por infectarse. Usualmente, los hombres que saben que ellos son seropositivos hacen una de estas dos cosas, o te dicen su condición, o se hacen cargo de que las cosas sean seguras. Él no lo hizo. Pero, como yo continué, era muy razonable que pensara, ya sea que yo tomaba mis propias decisiones o que yo también ya era seropositivo y no estaba preocupado por una re-infección.
Había otras posibilidades que eran como teorías consuelo para mí. Muchos hombres, generalmente jóvenes, quieren sexo sin protección porque confían en que la gente con la que están es seronegativa. Pero este tipo no era ingenuo y tenía una colección de juguetes sexuales como para probarlo. Por supuesto, también era posible que, como yo, él fuera seronegativo, o que desconociera su condición y que simplemente estuviera buscando correr un riesgo. Estas otras posibilidades, me doy cuenta ahora, preservaban el nivel de incertidumbre que yo necesitaba para correr un riesgo; hice hincapié en ellas el tiempo suficiente como para pensar que no sabía qué pensaba, sabía que hacía.
Los hombres gays están tan al tanto del lenguaje de la responsabilidad, la culpa y la vergüenza -¿se acuerdan de la homofobia?- que hacemos mucho para evitarlas. Richard Elovich piensa que ésta puede ser una razón para que se enlace el sexo inseguro con lo que eufemísticamente se llama “abuso de sustancias”. “Cuando la gente se droga y tiene sexo sin protección”, pregunta, “¿qué va primero? La gente da por sentado que las drogas conducen al sexo inseguro. Pero frecuentemente el deseo estaba allí desde el comienzo. Los hombres se drogan o se emborrachan porque no pueden reconocer ese deseo, o porque quieren que otro esté controlando la situación, o porque directamente no quieren tomar una decisión”. Llámenle el efecto de los estimulantes: ustedes se dan una oportunidad de derretirse por alguien. Decir groserías e ir a clubes de sexo puede funcionar de la misma manera. Sin necesariamente llevar al sexo inseguro, pueden ser contextos que los hombres gay buscan como para escapar a su propio autocontrol.
La atracción del sexo queer, para muchos, radica en su habilidad para violar los marcos responsabilizadores de la gente que piensa correctamente. La educación sobre SIDA, en contraste con esto, frecuentemente reclama de la gente una afirmación de la vida y toma al sexo como una expresión saludable de autoestima y de respeto por los otros. Una campaña de la Fundación para el SIDA de San Francisco insta a los hombres a tratar el sexo de la misma manera en que se podría comprar bonos municipales: “jugar seguro, hacer un plan y mantenerse en él”. La mayor parte de los esfuerzos para alentarnos a cuidarnos a nosotros mismos a través de un sexo más seguro, también nos invitan a aparentar que nuestro único deseo es ser correcto y bueno. La abyección continúa siendo nuestro sucio secreto.
La condición de queer, que está reprimida en esta posición, puede encontrar expresión en el riesgo. El sexo se ha asociado largamente con la muerte, en parte por su relación con lo sublime. Aún Kant –el Señor Responsabilidad- lo entendía así: no hay de lo sublime sin peligro, sin la atemorizante habilidad para imaginarnos a nosotros mismos y todo lo que queremos, al menos por un momento, como prescindible.
En este contexto, el buscar sexo peligroso no es tan simple como la mera búsqueda de miedo, o la auto-destructividad. Puede estar representando un pensar profundo y mayormente inconsciente acerca del deseo y de las condiciones que hacen de la vida algo que vale la pena vivirse.
El crítico y activista Douglas Crimp cree que, por estas razones, poner el énfasis en la autoestima, que es lo que muchos promocionan siguiendo el modelo de los programas de doce pasos, puede ser contraproducente: “la mayoría de la gente sólo tiene psicología popular para pensar acerca del sexo. Sólo si puedes reconocer que tienes inconsciente puedes admitir que haces cosas autodestructivas sin sentirte nada más que culpable. Ninguno de nosotros alcanza a darse cuenta cuán poderoso es el inconsciente”. El problema de la psicología popular sobre la autoestima es lo que no alcanza a reconocer: “Es tu self el que quiere el riesgo”.
El pensamiento positivo puede también impedirnos ver un motivo mayor en el hecho de correr riesgos: una profunda identificación con hombres seropositivos, la ambivalencia acerca del hecho de sobrevivir y el rechazo de la vida normal. Walt Odets, un terapeuta y trabajador en prevención de San Francisco, sostiene que la prevención del SIDA no puede vérselas con las nuevas realidades hasta que no se tengan en cuenta los peculiares dilemas de los hombres seronegativos. En un libro próximo a aparecer, llamado Being HIV negative (Ser HIV negativo), Odets sugiere que a la gente que vive fuera de las ciudades que están más duramente afectadas por el VIH le resulta muy difícil imaginarse el daño que se produce sobre el propio sentimiento de identidad. A los ojos del mundo straight, los gays todavía significan SIDA; sincerarse como gay es quedar incluido en la epidemia. Es más, nuestras propias vidas están hasta tal punto ligadas con amigos y amantes seropositivos, que muchos hombres gays prefieren no decir abiertamente que son seronegativos. Pues eso sonaría como una afrenta, como una traición a los hombres con los cuales nos identificamos y en comparación con los cuales nuestros problemas parecerían triviales.
Desde las campañas en favor del tratamiento hasta revistas como Poz y Diseased Pariah news y el trabajo de artistas tales como Bill T. Jones y David Wojnarovicz, los hombres seropositivos han desarrollado una cultura de articulación entre la mortalidad y las expectativas de la “vida normal”. Cuando los hombres seronegativos se identifican con los seropositivos, no se mueven fuera de la culpa del sobreviviente. Se juegan sus intereses con esa cultura y toman como propias sus prioridades, su humor mordaz, su tempo realzado, su perspectiva amplia del mundo.
Esta es una de las mayores diferencias entre los ’80 y los ’90: ser seropositivo se convirtió en una identidad. No ya asociados directamente con la enfermedad, los hombres seropositivos frecuentemente permanecen asintomáticos durante años. Como resultado, el sexo inseguro cambió de significado. Cuando un hombre seronegativo tiene sexo inseguro hoy, esto puede significar no tanto un juego con las banalidades de la infección y la enfermedad como un modo de calzarse la identidad cultural de los seropositivos.
Odets escribe que los hombres seronegativos con frecuencia tratan de vivir “como lo hace un moribundo, sin una creencia o sentimiento de responsabilidad en relación al futuro, con el alcance y escala de una vida que puede terminar en cualquier momento. Esta forma de vida con frecuencia sólo se siente verosímil y defendible si el hombre realmente tiene HIV, y el `incentivo´ a tenerlo puede verse aumentado por la naturaleza, a veces liberadora, de tales vidas”. En esta línea de pensamiento, Odets nos lleva mucho más allá de lo obvio de aquellos que quieren que simplemente seamos más defensores de la vida y que tengamos una autoestima más elevada. Tanto la llamada cultura americana establecida como los activistas gays que insisten en el optimismo, arguye él, “conspiran en ‘normalizar’ la epidemia por la vía de denegar la forma de vida radical que ésta ha creado para muchos hombres gays”.
La identificación de los hombres seronegativos con la cultura de los seropositivos, puede ser liberadora si se cultiva esta forma radical de vida. Pero tendrá consecuencias catastróficas si los hombres seronegativos no pueden ni siquiera darse cuenta de sus peculiaridades, si viven en las contradicciones de la vida con SIDA simplemente denegándolas. Y si la práctica erótica del riesgo suplanta el pensar acerca de su forma de vida.
En la reunión de New York en noviembre, la activista Carmen Vásquez trató de contrarrestar la tendencia a la desesperación apelando a las tradiciones de la identidad étnica, de portorriqueña en su caso. Al cierre de sus señalamientos dijo: “yo sé algo acerca de supervivencia, pregúntenme”, lo cual produjo un gran aplauso. La desesperación, señalaba ella, pueden sentirla de modo más penetrante aquellos privilegiados que tienen expectativas más altas para sus vidas.
Pero para los hombres gays que viven en el contexto del SIDA, la identidad étnica puede no ser consuelo suficiente. “Me debato entre la visión de Carmen acerca de la lucha y la supervivencia, y la experiencia de desesperación de los hombres gays blancos”, dice Colin Robinson, de Gay Men of African Descent (Hombres gays descendientes de africanos). “Para ser honesto, la desesperación me resulta más fácil de entender. Tienes que tener una cohorte con la cual sobrevivir”. Y, como lo señala Douglas Crimp, la desesperación es poco ajena a las comunidades minoritarias. “Se podría decir que los chicos de 14 años que llevan armas son como los hombres gays que tienen sexo inseguro; hay desesperación en ambos lados. Cornel West escribe de manera elocuente acerca del nihilismo que se ha impuesto en sectores de la cultura afro-americana, en los cuales lo difícil de conseguir es que la gente vuelva a pensar en la supervivencia. Creo que nos estamos enfrentando con algo similar”.
La desesperación no es siempre abatimiento. Es posible tener una alta autoestima y aún estar descontento con el mundo. “No es precisamente que no nos sintamos bien respecto de nosotros mismos”, dice Crimp. “No nos sentimos bien. Y hay razones para eso. Después de toda esta epidemia, después de todo este odio por parte de la derecha, de toda esta pérdida, estamos desmoralizados. No lo decimos porque pensamos que la desesperación es derrota. El sexo inseguro es atribuible, en parte, precisamente al hecho de no querer lidiar ya más con todo este asunto”. Podría también ser la forma más aproximada en que muchos pueden llegar a preguntar en voz alta: ¿en qué condiciones vale la pena seguir viviendo?
“Mi propia supervivencia”, escribe el teórico social Zygmunt Bauman, “no puede ser saboreada de otra manera que como un privilegio macabro sobre los otros menos afortunados. Aún así, estos otros pueden ser, y con más frecuencia lo son, el verdadero significado de mi existencia –el valor más alto que hace que mi vida valga la pena; el sentido mismo de estar vivo”. Si el sobrevivir al SIDA significa sobrevivir sobre todos tus amigos y amantes seropositivos, ¿es el tú que sobrevive alguien que te puedas imaginar? “Después de todo”, continúa Bauman, como si estuviera pensando acerca de los hombres gays en el mundo del SIDA, “quiero sobrevivir mayormente porque pienso en toda esa comunicación, esas relaciones sexuales, en el amar, en el ser amado –y que todo eso se termine de repente es insoportable”.
Si se emprende un nuevo movimiento de prevención, tendrá mucho para hacer. Pero difícilmente habrá una necesidad más básica que la de que los hombres gays desarrollen una mejor cultura de la discusión. El sexo inseguro es expulsado fuera de la mente, fuera de la vista. Como dijo Richard Elovich en la reunión de New York: “No hemos creado los espacios donde los hombres gays puedan ser honestos con los otros, y ese es el comienzo de la reducción del daño. Si no puedo hablar honestamente acerca de lo que significa para mí tener el pito de alguien metido en el culo, o tener a alguien que me acabe en la boca, difícilmente pueda pensar en lo que me costaría dejar eso”.
Cuando empecé a ver que mis propias aventuras en el sexo inseguro no eran accidentes azarosos, sino que eran la expresión de deseos y circunstancias que compartía con otros hombres queers, pero que no podía con facilidad discutir con nadie, decidí hacer un experimento difícil. Llamé al hombre con quien había tenido sexo en aquellas ocasiones el invierno pasado. Habíamos desarrollado un fuerte vínculo durante el tiempo en que nos vimos. Y pensé que podíamos hablar con libertad. Después de esperar varios meses, me había hecho finalmente un nuevo análisis de HIV, me había enterado de que todavía, y no por virtud de mi parte, era negativo. Le dejé mensajes a Mike. No me contestó. Finalmente, hubo una respuesta: Mike había muerto de SIDA sólo un mes después de la última vez que lo vi saludable y hermoso como siempre.
Lo mejor que puedo hacer por Mike es un luto perturbado, por el ruido de conversaciones que no tuvimos, por conversaciones que contribuí a posponer, como para no pensar exactamente acerca de esto –o, más bien, para pensar, sólo por la vía de la práctica del riesgo, acerca de esta pérdida de un mundo ya necrosado. “La forma más segura de no contraer HIV”, dice Odets, “es no tocar nunca a otro ser humano. Entonces, si alguien tiene miedo, que comience por ahí. Pero entonces se tiene que preguntar: ¿qué quiere hacer? ¿cuán importante es eso para él?, ¿quién es? ¿en qué quiere que consista su vida?”.
[1] Espermicida que se usa en productos contraceptivos
[2] Marca muy conocida de margarina vegetal.
[3] Back-room: cuarto que no está a la vista. Cuarto reservado
[4] Del activo
[5] Del pasivo.
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2 comentarios:
Me parece muy interesante reflexionar sobre este tema, no soy hombre y no soy gay...tampoco el HIV es el único riesgo...
Lo primero que pienso, y a propósito de mi misma, es que la información , tal como plantea Michael Warner, no sirve de nada. De todas maneras tiene que estar, al detalle. Es como hablar de sexo y genitalidad con los hijos/as. La información de todos los aspectos tiene que estar, sobre el cuerpo, el amor, el riesgo, pero también sobre el placer, el orgasmo femenino, etc. Después ellos verán qué hacen. En mi caso, estoy como Warner, no sé porqué después de mi adolescencia tan salvaje, soy TAN sana. Milagro de Dios, en el que creo. Milagro de la genética, el caso BERLIN, por ejemplo, me dio algo de información. Quizá algunos de nosotros tengamos el gen ese que hace que no nos contagiemos...no lo sabemos, e igualmente nos exponemos. Creo que el psicoanálisis tiene algo que decir al respecto, pero es algo que cada uno debe escuchar en su intimidad, o en la intimidad de su análisis con su analista. Nada de pontificaciones. Es difícil hablar de riesgo, seguridad y sexualidad. Si uno habla de monogamia, sea cual sea la orientación sexual, es políticamente incorrecto, hasta conservador o moralista. Pero no soy (creo) nada de eso en forma evidente y sin embargo creo que la mejor forma de vivir la sexualidad es en la pareja monogámica. No solo porque después de los análisis uno puede relajar los cuidados por el riesgo del HIV y hasta del embarazo en el caso de la pareja hetero. Sino porque estoy convencida, y de eso hablo mucho con mi hija, de que la sexualidad genital , sobre todo en la mujer por la particular configuración que le da el imaginario social, es una camino de aprendizaje permanente, a solas y en compañía. En teoría y en práctica, en lo técnico y en lo artístico. En lo humano integralmente considerado. Creo que de todo lo que pude hablar, hay algo de lo que no pude, lo más difícil y es el aspecto del goce en la genitalidad. Goce en el sentido que le da Lacan: masoquista. Y eso si tiene mucho que ver con ponerse al borde de la muerte. Cada día más frecuente. Siempre oscuro. Como dice el artículo:¿cómo hablar de ésto si no puedo ni siquiera hablar abiertamente de sexo oral o anal? En fin: lamentablemente y de la peor manera, la dura prueba que significa para la civilización occidental el tema del HIV , a mí me lleva a reflexionar mucho sobre la sexualidad (genital o no )Creo que el único camino frente a la dificultad es el aprendizaje, y este tema no es una excepción.
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