Editor: Mario Rabey

16 de agosto de 2010

Fantasías

por Celes Pazto

Corre desesperadamente a una velocidad inanimada.

Choca.

Choca contra una pared de ojos viscosos, deliciosos.

Los paralelos brillan en el cielo, agrupando las estrellas en cárceles humanas, para el silencio de los centauros mientras algún enano bigotudo desangra un unicornio con las uñas.

Las uñas están largas y sucias, babosas de entrepiernas mágicas de brujas prostitutas, las mismas putas de siempre, envidiosas feas, arrugadas y con verrugas peludas, miran de reojo a las sirenas proxenetas, arrancándole coronas de los bolsillos a los jóvenes príncipes convertidos en sapos.

Azules, lejanos príncipes azules, renunciaron a la corona y se dedican al modelaje mientras un buho les vende cocaína para estar poder desfilar como ellos toda la noche, con las pupilas dilatadas y el reiterado ulular de sus celulares en...

No tiene sentido que los ojos viscosos se entremezclen con este resto de medio pelo venidos a menos escondidos en un cajón con la guía rota y lleno de papeles inservibles, algún que otro cigarrillo roto y un par de preservativos usados.

El cajón del escritor estaba lleno de notas y basura.

Su mente perdida en sus vicios.

Caperucita dejo al lobo marchito de tanto fornicar, horrorizados los ojos del leñador y la abuela, mientras Cenicienta aplaude la clásica porno de Blancanieves y los siete enanitos, a las princesas les gusta la perversión sexual según Freud.

Las mujeres son hombres atrofiados, según Freud.

Y hay mujeres Freudianas.

Es extraño.

Tanto como las luces relampagueantes cuando tenes los ojos cerrados y en el aire viciado se forman las palabras, ¿pregunta, duda, bienestar? no, bien estar. Si.

El mundo real no esta entre las luces de colores mutantes de tu maquinita, ni entre la música crujiente de tus cuerpo zarandeándose al ton y son de la orgía como subtitulo disimulado de esta nota amarillista que encontré en el diario a diario a las tres de la mañana.

Cotidianidad, entre hadas que roban riñones y dejan mensajes con lápiz labial en los espejos, a campanita le gusta matar perritos tiernos con su cortadora de pasto y las madrinas esclavizan sexualmente a Mowgli.

El escritor se remueve en la silla y vuelve a meter la mano en el cajón, saca más tabaco desarmado, saca más resto del sexo que alguna vez platico.

Dice, en el silencio de la inspiración literaria,
con los ojos abiertos de quien se le acaba de revelar una verdad,
la fantasía se ha vuelto el prostíbulo barato de los hombres,
y esta vez, ni Bastián la va a salvar.

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