por Marcela Espadero
Cuando teníamos veinte años, Ricardo y yo frecuentábamos la ribera de Quilmes. Era la época en que la ribera era de los ribereños y algunos de los "cabecitas rubias" como nosotros, los que vivíamos en la ciudad arriba de la barranca, íbamos a tomar y comer algo los fines de semana.
Nos hicimos clientes del "Recreo Gran Wilde" de un tal Toledo, un morocho santiaueño, morrudo y muy amable. [...]
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