Editor: Mario Rabey

31 de octubre de 2011

La distribución inteligente de la riqueza estimula la producción de más riqueza



La derecha imbécil, un incordio impenetrable

Eddie Abramovich

Al momento de escribirse este documento de trabajo la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU ha informado que, entre 1979 y 2009, el ingreso del 1 por ciento de los más ricos ha crecido un 275 por ciento


Hay, en algunos lugares, una derecha inteligente, fórmula que, provisoriamente, podría constituir una descripción constatable, no un oxímoron.

Es esa cosa que algunos llaman centroderecha, que en América Latina y en los países “emergentes”, atravesados por grandes desigualdades, simplemente no existe, salvo como máscara vergonzante, pero que en los países ricos – o lo que queda de ellos – se puede encontrar en los partidos que tratan de conciliar un capitalismo productivo con cierta equidad social y capacidad reguladora del Estado, todo lo cual aparece en estos días al borde del colapso, pero que no sucumbirá del todo.

Desde el punto de vista teórico, uno podría pensar, si puede contener la furia vindicatoria, que tipos como Milton Friedman, F.A. Von Hayek, Henry Simmons, desde las teorías monetaristas, han sido al menos lo suficientemente hábiles como para no proponer explícitamente la exclusión como modelo y el exterminio de los sobrantes del mercado como estrategia. Claro que uno prefiere leer a Amartya Sen, Rosanvallon, también Stiglitz, y desde luego a Joan Robinson, Galbraith, y por qué no, al nunca bien ponderado Samuelson, al menos para no sufrir un acceso de indignación paroxística.

Desde la función política, uno podría decir sin sonrojarse que Merkel escora menos a la derecha que Sarkozy y algo más al centro, como en su momento Chirac, y que Fernando Henrique Cardozo, al lado de M*n*m o de Abdala Bucaran, era un revolucionario. También es posible, mirándolos a Aznar, Rajoy y ambos Bush, que Sarkozy parezca al menos un hombre preparado.

Ahora bien, lo que constituye un problema, más bien una molestia, porque problema es un concepto que le queda grande, es la derecha imbécil. Lo cual, aclaro, no quiere decir que solamente haya imbecilidad a la derecha, de ningún modo; sólo que este borrador es acerca de la derecha imbécil y no de otras imbecilidades.

La derecha imbécil que está de moda en estos años, especialmente en las redes sociales, gira básicamente sobre dos ejes o relatos centrales.

Uno de ellos, si bien carece de todo rigor científico, es por lo menos prolijo y está a salvo de obscenidades conspicuas: Es el discurso del “objetivismo” de Ayn Rand, luego edulcorado por otros, y que, en nombre de la libertad, perpetra un error garrafal que hiere de muerte a toda su arquitectura argumental: Pretende hacernos creer que es posible suprimir todos los derechos positivos – vivienda, educación, salud, empleo – y trasformarlos en bienes transables sin ejercer ninguna violencia sobre los actuales beneficiarios. Prometen que las fuerzas del mercado, fluyendo en libertad, proveerán lo necesario para que cada cual satisfaga sus necesidades con el producto de su esfuerzo. Claro, como en el fondo saben que eso nunca sucederá, no quieren abolir todo el Estado; quieren conservar la policía. La Fundación Internacional para la Libertad, de Vargas Llosa, comulga con este delirio, aunque lo matiza y recombina con argumentos de parecida insolvencia pero menor ferocidad.

El segundo de estos relatos, en cambio, es francamente obsceno, un auténtico río de excremento, pero con gusto a mermelada, que recorre las redes con frases vacías y rimbombantes enderezadas a demostrar una verdad última y consagrada: los pobres son pobres porque quieren. El numen de estos esperpentos, fallecido sin gloria en 2005 y resucitado a diario por la derecha imbécil se llama Adrian Rogers, cuyas febriles y paranoicas diatribas contra la distribución de la riqueza circulan últimamente más rápido que los aullidos de Justin Bieber o los culos al aire de la farándula.

Conozcamos al filósofo de los neoprimates:

Adrian Rogers, el autor de la quincallera frase "no se multiplica la riqueza dividiéndola” – una monserga que está haciendo furor por aquí cerca - fue un representante del pensamiento más conservador de Estados Unidos, encarnado en un sector de la iglesia bautista y en uno de los estados más racistas, Tenesee.

"No se multiplica la riqueza dividiéndola" es una frase que no quiere decir nada. Pero la verdad, como lo demuestran las naciones más ricas y de mayor calidad social del planeta, como Canadá, Noruega, Holanda, es que la distribución inteligente de la riqueza estimula la producción de más riqueza, mientras que la concentración de la riqueza genera ruina, guerra y violencia social.

Sabemos que el sostenimiento del Estado con aportes proporcionales al ingreso es una base fundamental del liberalismo verdadero - Adam Smith -, mientras que los falsos liberales apuestan a que los pobres se arreglen solos.

La explicación que Rogers le daba a la violencia era que los padres “no les enseñan a los hijos los 10 mandamientos.”

La convención Bautista del Sur, que presidió tres veces Rogers a lo largo de su vida, se dedicó en el siglo XIX a interpretar la letra del Evangelio a favor de la esclavitud y la supremacía blanca. Recién en 1995, 130 años después de la guerra de Secesión, la iglesia de Rogers abandonó la idea de la supremacía blanca. Y lo hizo para poder reconciliarse con los Bautistas del norte.

Los que esgrimen el discurso clasista y racista de Rogers para atacar al asistencialismo y su perversión, el clientelismo, en nuestra región, son tan ignorantes que creen que Rogers hablaba contra los planes sociales, pero no es así. Él, más drástico aún, reclamaba que los ricos no paguen impuestos para mantener servicios sociales que usan los que menos tienen.

El clientelismo en la Argentina no es el problema sino el síntoma. El problema es una concentración de riqueza salvaje que generó fragmentación social, corrupción, pobreza extrema, destrucción del tejido económico, debilidad del estado.

Rogers propone que los pobres se las arreglen, no que se termine con la pobreza. NO ES CIERTO que la distribución inteligente genere ocio y desestimule el esfuerzo personal. Francia, Alemania, Noruega, Suecia, Canadá, Holanda, Dinamarca, Estados Unidos de los 60 y de los 90, son ejemplos inobjetables.

No hay ningún teórico de la economía que sostenga que la actual crisis mundial fue generada por el estado de bienestar o sus equivalentes; está claro que fue generada por los que se alinean en el “pensamiento” de Rogers.

Fuera de Estados Unidos, los Bautistas del Sur tienen fuertes grupos de seguidores en Brasil. Desde hace dos décadas, sus émulos brasileños dicen en privado "¿por qué tengo que mantener con mis impuestos a los chicos pobres, que son inviables, si me sale más barato mandarlos a matar?

Y actúan en consecuencia: Los escuadrones de la muerte privados asesinaron un número incontable de niños brasileños indocumentados - más de 3.000 seguro - de entre siete y 15 años. También asesinaron a dos monjas, tres periodistas y otros tres dirigentes sociales que denunciaron las matanzas.

Adrian Rogers viene a ser, entonces, el letrista de los que proponen escuadrones de la muerte para ejecutar negros villeros y pibes chorrros “subsidiados” por los planes sociales. Claro, como carecen de huevos para encargarse ellos mismos del asunto, su cuota diaria de adrenalina la despilfarran diciendo gansadas en Facebook y Twitter.

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